El trabajo (por Roger Belbéoch)

Tex­to ori­gi­nal­mente publi­ca­do en la revis­ta Sur­vivre… et Vivre n° 16, pri­ma­ve­ra-vera­no 1973, pag. 16–22.


El tra­ba­jo es la mayor de las preo­cu­pa­ciones, ya sea que le consa­gre­mos toda nues­tra energía, como lo qui­sie­ra la moral,  o para poder esca­parle, pues­to que es una acti­vi­dad can­sa­da y abur­ri­da. El niño, des­pués de algu­nas dece­nas de años, se man­tu­vo apar­ta­do del cir­cui­to pro­duc­ti­vo, pero ello no signi­fi­ca que que­da aje­no al tra­ba­jo. Toda la edu­ca­ción, des­pués de todo, no es más que un apren­di­zaje para su rol de futu­ro pro­duc­tor. La preo­cu­pa­ción domi­nante de los padres, es la de saber qué lugar ten­drá en la pro­duc­ción, sin tener mucho en cuen­ta del esta­do en el cual lle­gará. Es entonces, en fun­ción al tra­ba­jo que es nece­sa­rio, para noso­tros, juz­gar a una socie­dad o un proyec­to de trans­for­ma­ción social.

La pri­me­ra remar­ca que se debe hacer, es res­pec­to a las pala­bras en sí. En todas las socie­dades próxi­mas a la nues­tra, dis­po­ne­mos de múl­tiples pala­bras para desi­gnar este tipo de acti­vi­dades : hacer, pro­du­cir, tra­ba­jar, construir, etc. Aveces agre­ga­mos a ellas el nombre del obje­to trans­for­ma­do, pero no siempre es nece­sa­rio. De hecho, a medi­da que nues­tras socie­dades se desar­rol­lan, es cada vez menos nece­sa­rio que la sola acti­vi­dad parez­ca tener inter­és o un sen­ti­do. Tene­mos muy pocas pala­bras que desi­gnan a la vez la acti­vi­dad de trans­for­ma­ción y el obje­to trans­for­ma­do, y esas pala­bras tien­den cada vez más a desa­pa­re­cer del len­guaje. La estruc­tu­ra analí­ti­ca de nues­tro len­guaje refle­ja y refuer­za la sepa­ra­ción del tra­ba­jo, nos man­tiene en un modo de pen­sar donde esta sepa­ra­ción es consi­de­ra­da (cuan­do no es sim­ple­mente de for­ma incons­ciente) como un dato natu­ral, casi bioló­gi­co del gene­ro huma­no. Nos es pues muy difí­cil esca­par a este mar­co de pen­sa­mien­to e ima­gi­nar a una socie­dad donde esta sepa­ra­ción no exis­ta. No obs­tante, dicha sepa­ra­ción no tiene nada de natu­ral. Cier­tas socie­dades no lo adop­ta­ron como fun­da­men­to de sus estruc­tu­ras. Entre estas no encon­tra­mos aquel­las pala­bras gene­ro­sas que desi­gnan a la acti­vi­dad pro­duc­to­ra inde­pen­dien­te­mente de los obje­tos pro­du­ci­dos. Su len­guaje refle­ja una vida donde no hay sepa­ra­ción entre la pro­duc­ción y los pro­duc­tos. Cla­ro, a esas socie­dades se les deno­mi­na de « pri­mi­ti­vas ». […]

El tra­ba­jo, en la for­ma que lo cono­ce­mos, es indis­pen­sable al « buen » fun­cio­na­mien­to de nues­tra socie­dad. La ideo­logía, cual­quie­ra que sean sus aspec­tos, tiende a conven­cer­nos de la nor­ma­li­dad de esta acti­vi­dad. Sin embar­go le es cada vez más difí­cil cum­plir su papel, ya que a medi­da que nues­tra socie­dad « mejo­ra » y racio­na­li­za esta acti­vi­dad, la reac­ción nor­mal de los indi­vi­duos es la de recha­zar­la. Durante mucho tiem­po hemos tra­ta­do de conven­cer a la gente que el tra­ba­jo era el fun­da­men­to de la vir­tud, de la hones­ti­dad, de la respe­ta­bi­li­dad, del equi­li­brio. Estu­vo y está, cada vez más impla­ca­ble­mente sepa­ra­do del pla­cer. El enorme deseo que los pro­pios niños tie­nen de des­cu­brir, de cono­cer, de inte­grarse por todos sus sen­ti­dos, a los obje­tos que les rodean, de vin­cu­lar su acti­vi­dad uti­li­ta­ria a la tota­li­dad de sus vidas coti­dia­nas, ese deseo, es nece­sa­rio rom­per­lo rápi­do. La escue­la se encar­ga de ello si lo padres no lo han hecho todavía. Pero en este momen­to los resul­ta­dos no son tan cele­bra­dos y los dese­chos son cada vez más estor­bo­sos ; la socie­dad se arries­ga a que le fal­ten basu­re­ros para rel­le­nar­los de todos sus dese­qui­li­brios. Sin embar­go, la revuel­ta, pese a ser cada vez más vio­len­ta, inclu­so así no puede desha­cerse facil­mente del cua­dro ideoló­gi­co que durante siglos hemos teni­do que sopor­tar. Está dis­pues­ta a adap­tarse a la ilu­sión tec­no­cra­ti­ca, mien­tras muestre un poco de bue­na voluntad.

El goce que nos pro­cu­ra el tra­ba­jo en todas las socie­dades indus­triales o quien aspi­ra a deve­nir­lo, no puede exis­tir más que a tra­vés del inter­me­dia­rio del dine­ro. El tra­ba­ja­dor no se bene­fi­cia nun­ca direc­ta­mente de su tra­ba­jo ; sólo puede dis­fru­tar de las mer­cancías que com­pra con su dine­ro. Entre más se per­fec­cio­na la socie­dad, más el cir­cui­to entre el goce y el acto pro­duc­tor es com­pli­ca­do e incom­pren­sible. El arte­sa­na­do, con su cir­cui­to cor­to, tiende a desaparecer.

El goce siempre es apla­za­do. El pre­sente tiene cada vez menos inter­és, solo el futu­ro cuen­ta. La vida está cada vez más tro­cea­da en ins­tantes cuyo úni­co vin­cu­lo es el dine­ro. En esta socie­dad, dis­fru­tar más signi­fi­ca tra­ba­jar más ; o sea, abur­rirse todavía más en el pre­sente, para dis­fru­tar más tarde, pero ese « más tarde » no puede exis­tir. En esas condi­ciones, la reac­ción nor­mal y sana es de recha­zar todo tra­ba­jo, en bene­fi­cio de los goces inme­dia­tos, que excluyen todo esfuer­zo pro­duc­tor. Es la mar­gi­na­li­za­ción total o par­cial con res­pec­to al tra­ba­jo. No más esfuer­zo pro­duc­tor. Pri­me­ra­mente, es nece­sa­rio seña­lar que esta no es una acti­tud nue­va, es, final­mente, la men­ta­li­dad de los ren­te­ros que, redu­cien­do sus nece­si­dades, eco­no­mi­zan al máxi­mo a fin de pasar una parte de sus vidas sin trabajar.

La mar­gi­na­li­za­ción par­cial con res­pec­to al tra­ba­jo se acom­paña gene­ral­mente de una ideo­logía que desar­rol­la la creen­cia que, en nues­tra socie­dad (indus­trial), podría­mos vivir tra­ba­jan­do mucho menos, redu­cien­do masi­va­mente el der­roche y supri­mien­do las acti­vi­dades no nece­sa­rias (arti­lu­gios mili­tares o no). Algu­nos ima­gi­nan que las maqui­nas fun­cio­narían sin inter­ven­ción huma­na bajo el control de orde­na­dores, pero es una visión ultra-tec­no­cra­ti­ca del mun­do que se refle­ja en sus cientí­fi­cos que, como ven­de­dores ambu­lantes sin labia, recla­man algu­nos cen­ta­vos suple­men­ta­rios pro­me­tien­do mos­trar lo que saben hacer. Es el pro­gra­ma de todos los par­ti­dos polí­ti­cos de izquier­da : desar­rol­lar sin restric­ción la téc­ni­ca (¡tomarán algu­nas pre­cau­ciones para no des­truir el medio ambiente, son moder­nos y cono­cen los pro­ble­mas ecoló­gi­cos!) y redu­cir el tiem­po de trabajo.

Estas concep­ciones par­ten del prin­ci­pio que todo tra­ba­jo, todo esfuer­zo pro­duc­tor es abur­ri­do (nues­tra natu­ra­le­za esta satis­fe­cha), que no pode­mos pro­du­cir aquel­lo que nece­si­ta­mos si no es de for­ma indus­trial (los fun­da­men­tos de nues­tra socie­dad están man­te­ni­dos). El equi­li­brio es mara­villo­so. Como no pode­mos supri­mir com­ple­ta­mente el tra­ba­jo, lo redu­ci­re­mos, tra­ta­re­mos inclu­so de vol­ver­lo un poco menos abur­ri­do por medio de téc­ni­cas de rota­ción de tareas. Pero guar­da­re­mos lo esen­cial de la estruc­tu­ra indus­trial actual, o mejor, la desar­rol­la­re­mos sin tra­bas (no habrá más lucha de clases). Esto supone que el mal no pro­viene del tra­ba­jo (indus­trial) en sí, sino de su orga­ni­za­ción y de su fina­li­dad (los arma­men­tos, esos mal­va­dos ; la indus­tria de hari­na, los orde­na­dores, los telé­fo­nos, quizá sean bue­nos). ¿Y si nues­tro mal pro­vi­nie­ra del mis­mo tra­ba­jo (indus­trial)? En ese caso, las revo­lu­ciones que nos son pro­pues­tas pon­drían fin al per­io­do de incu­ba­ción de nues­tra enfer­me­dad ; pode­mos estar entonces segu­ros, que des­pués de esas revo­lu­ciones, nues­tra enfer­me­dad se desar­rol­laría de de for­ma ful­mi­nante. ¡Solo habrían días bel­los para los sana­dores de cual­quier tipo !

Final­mente, lo que fas­ti­dia en nues­tro tra­ba­jo, no es el esfuer­zo físi­co o inte­lec­tual que impli­ca, sino nues­tras rela­ciones con este esfuer­zo. Cuan­do extra­e­mos un goce inme­dia­to, sin que esté invo­lu­cra­do el dine­ro, si esta ínti­ma­mente vin­cu­la­do a nues­tros otros goces por todos nues­tros sen­ti­dos, si sobre la mar­cha uti­li­za­mos lo que pro­du­ci­mos , no deci­mos que tra­ba­ja­mos. Si lo que pro­du­ci­mos no esta direc­ta­mente absor­bi­do por nues­tra vida, sino inter­cam­bia­do en el cur­so de rela­ciones direc­tas y agra­dables, entonces el inter­cam­bio no tiene nada que ver con la com­pra o la ven­ta de mer­cancías en una tien­da (donde solo el dine­ro tiene impor­tan­cia). La solu­ción radi­cal a nues­tros males, no es pues la reduc­ción de la dura­ción del tra­ba­jo, sino su cam­bio. Este cam­bio no puede plan­tearse en una socie­dad basa­da en la téc­ni­ca indus­trial cual­quie­ra que sea la for­ma, ya que impli­ca siempre una divi­sión de las acti­vi­dades (impul­se­mos o no esta divi­sión has­ta lo absur­do, puede darle diver­sos aspec­tos sin cam­biar fun­da­men­tal­mente las conse­cuen­cias). En todos los casos, la divi­sión del tra­ba­jo y su sepa­ra­ción de la vida, nece­si­tan medios de medi­da de la acti­vi­dad pro­duc­to­ra (el dine­ro es lo más simple) que no son los goces que el pro­duc­tor extrae de los pro­duc­tos, lo que sepa­ra inexo­ra­ble­mente al pro­duc­tor de sus pro­duc­tos, los hombres de los objetos.

Las téc­ni­cas simples/dulces, no es que no conta­mi­nen, sino que pue­den estar a la medi­da de los cono­ci­mien­tos, de la expe­rien­cia, de las posi­bi­li­dades de un indi­vi­duo o de un pequeño gru­po de indi­vi­duos uni­dos por rela­ciones sociales simpá­ti­cas. Si una tec­no­logía, dicha dulce, nece­si­ta de la lle­ga­da de un espe­cia­lis­ta para mon­tar la ins­ta­la­ción o mejo­rar el ren­di­mien­to de esta por medios que la comu­ni­dad no pudo conce­bir, si esos espe­cia­lis­tas desa­pa­re­cen una vez que la ins­ta­la­ción fun­cio­na, entonces esta no tiene más inter­és que un fil­tro colo­ca­do sobre una chi­me­nea de fabri­ca para evi­tar que las pobla­ciones ale­dañas se sumer­jan en pol­vo. Pode­mos facil­mente ima­gi­nar a una socie­dad indus­trial que ha lle­ga­do al ago­ta­mien­to de sus recur­sos ener­gé­ti­cos (petro­leo, carbón, ura­nio, etc.) que ins­ta­la unas fabri­cas gigantes de gas de esquis­to (o de energía solar), mejo­ra el ren­di­mien­to de esas fabri­cas por medio de desar­rol­los cada vez más com­ple­jos, segui­do de estu­dios más y más fragmentados.

Si la agro-bio­lo­gia se confor­ma de pro­du­cir ali­men­to sin ago­tar el sue­lo y sin des­truir el medioam­biente (el mar­co turís­ti­co es una com­pen­sa­ción nece­sa­ria para evi­tar un dese­qui­li­brio dema­sia­do bru­tal en nues­tras vidas de imbé­ciles) será rápi­da­mente absor­bi­da por nues­tra socie­dad. Los hombres tra­ba­jarán en cade­na de mon­taje en fabri­cas de pro­duc­tos orgá­ni­cos, en lugar de tra­ba­jar en cade­na de mon­taje en fabri­cas de pro­duc­tos quí­mi­cos. La bio­logía (o la comi­da orgá­ni­ca) no tiene nada de mila­gro­so. Conce­bi­da bajo esta for­ma, es el pro­lon­ga­mien­to de la acti­tud cientí­fi­ca y téc­ni­ca que, habien­do ago­ta­do los encan­tos de la físi­ca y de la quí­mi­ca, está lis­ta a adap­tarse para saquear otros sec­tores. La vida podría ser más, pero igual de abur­ri­da [pesa­dafas­ti­dio­sa].

Lo esen­cial, es conci­liar los deseos del indi­vi­duo con el esfuer­zo que se debe hacer para obte­ner las mate­rias nece­sa­rias a su vida. Culti­var de otra for­ma, sin cam­biar las rela­ciones del indi­vi­duo con la tier­ra, final­mente no cam­bia gran cosa en nues­tras difi­cul­tades. En todos los tiem­pos y en todas las socie­dades (inclu­so la nues­tra) los hombres han tra­ta­do de tener rela­ciones de tipo no pro­duc­ti­vas con los pro­duc­tos que ellos fabri­can o las cosas que uti­li­zan. Pero ese tipo de rela­ciones es un fre­no para la pro­duc­ti­vi­dad, motor esen­cial de toda socie­dad téc­ni­ca. Si el obre­ro mecá­ni­co veri­fi­ca el aca­ba­do de su obra al tac­to, desar­rol­lan­do así rela­ciones sen­suales inme­dia­tas (sin inter­me­dia­rio) con la mate­ria, pierde tiem­po (y toma malos hábi­tos). Se le pegará un arte­fac­to de medi­ción : el aca­ba­do apa­re­cerá bajo la for­ma de un núme­ro con el cual, sin impor­tar su ima­gi­na­ción al res­pec­to, él no ten­drá nin­gu­na rela­ción concre­ta. Si el agri­cul­tor bus­ca por medio del tac­to, el olfa­to, el gus­to (no debe­mos olvi­dar que nues­tros sen­ti­dos tam­bién son pode­ro­sos medios de aná­li­sis) eva­luar la cali­dad de su tier­ra, ten­drá que espe­rarse una pro­duc­ti­vi­dad menor que si confia­ra esta ope­ra­ción a un labo­ra­to­rio de aná­li­sis. Pero, con el aná­li­sis quí­mi­co (o bioló­gi­co) per­ma­ne­cerá total­mente aje­no a la tier­ra y a los vege­tales que pro­duce. Cuan­do un agri­cul­tor habla­ba otro­ra de « su » tier­ra, ello no signi­fi­ca­ba úni­ca­mente una rela­ción de pro­pie­dad pri­va­da. Hoy, en lugar de ir a los cam­pos, el agri­cul­tor va a tra­ba­jar. Se vol­vió extra­ño a su tier­ra, es un tra­ba­ja­dor como los demás.

Son las rela­ciones sen­suales que ponen a los hombres en rela­ción armo­nio­sa con los obje­tos y los seres que les rodean. Solo es por medio de estas rela­ciones que pode­mos com­pren­der al mun­do exte­rior, o sea, tomar concien­cia de la nece­si­dad de cier­tas inter­ac­ciones entre los obje­tos (y los seres) de este mun­do. Las « expli­ca­ciones » cientí­fi­cas que se nos pue­den dar no expli­can nada, porque son abs­trac­tas y no son per­ci­bi­das por la tota­li­dad de nues­tro cuer­po. Las leyes cientí­fi­cas solo pue­den ser admi­ti­das pero nun­ca com­pren­di­das, solo tie­nen un valor ope­ra­cio­nal entre obje­tos (o seres) que no enten­de­mos, la nece­si­dad de las inter­ac­ciones que ellas quieres tra­du­cir no se expre­san de una for­ma sen­so­rial en nues­tro cuer­po. Desde el momen­to en que esta com­pren­sión de los obje­tos y los seres se hace por medio de los sen­ti­dos, nues­tra acti­tud res­pec­to a ellos cam­bia com­ple­ta­mente, nos vol­ve­mos respe­tuo­sos para con ellos. No se tra­ta obvia­mente de un sen­ti­mien­to de sumi­sión a los obje­tos, o a los otros, sino el reco­no­ci­mien­to, por nues­tros sen­ti­dos, de las pro­pie­dades pro­pias de un obje­to o de un ser. ¿Como pode­mos espe­rar respe­tar a los otros, no estar en rela­ciones per­ma­nentes de com­pe­ten­cia o de pro­duc­ti­vi­dad con ellos, si no se tie­nen tales rela­ciones de respe­to y de adap­ta­ción con los obje­tos que nos rodean ?

Lo esen­cial no es pues de redu­cir el esfuer­zo, sino de intro­du­cir este esfuer­zo en  nues­tra vida sen­sual y psi­coló­gi­ca, sin inter­me­dia­rio abs­trac­to, ya sea el dine­ro (o todo medio de medi­da de la acti­vi­dad pro­duc­to­ra), los núme­ros o arte­fac­tos cuyos meca­nis­mos son dema­sia­do com­ple­jos para ser cap­tu­ra­dos por los sen­ti­dos de una sola per­so­na. Lo que hace el atrac­ti­vo de la bici­cle­ta, es la sim­pli­ci­dad extra­or­di­na­ria de su concep­ción. Cada quien siente de for­ma muy simple con sus mús­cu­los, la esta­bi­li­dad de este arte­fac­to. La matemá­ti­ca que « expli­caría » tal esta­bi­li­dad y la faci­li­dad del mane­jo es ter­ri­ble­mente com­pli­ca­da, pero a nadie le impor­ta (sal­vo a los matemá­ti­cos) porque la bici­cle­ta, es direc­ta­mente comprensible.

La téc­ni­ca tiene su diná­mi­ca pro­pia (por inter­me­dia­ción de sus téc­ni­cos). Si acep­ta­mos una tec­no­logía muy com­pli­ca­da, que nece­site de un lar­go apren­di­zaje espe­cia­li­za­do para adqui­rir solo una débil parte de ella, no es ima­gi­nable que pue­da ser contro­la­da por el conjun­to de la socie­dad, fue­ra de las rela­ciones jerár­qui­cas que reac­cio­narán fuer­te­mente sobre el conjun­to de las rela­ciones sociales. Esta tec­no­logía no podrá pues desar­rol­larse en cor­res­pon­den­cia con los deseos de todos.

No se tra­ta de pro­hi­bir total­mente la téc­ni­ca, sino que se nece­si­ta que las rela­ciones de los hombres con la téc­ni­ca cam­bien. Es nece­sa­rio una tec­no­logía sin tec­noló­gos, sin un saber espe­cia­li­za­do, una téc­ni­ca no debería ser desar­rol­la­da más que si puede ser sen­ti­da por la tota­li­dad de la comu­ni­dad con la que está rela­cio­na­da como una nece­si­dad vital. Esto es posible, obvio, solo si todos los indi­vi­duos de la comu­ni­dad pue­den contro­lar todos sus aspec­tos. Todos los que par­ti­ci­pan al embru­te­ci­mien­to coti­dia­no y masi­vo de los indi­vi­duos, todos aquel­los que des­truyen lo que hay de vivi­do en los niños para redu­cir­los al esta­do de ani­males domés­ti­cos, aquel­los que no tie­nen otra cosa que tras­mi­tir que no sean reac­ciones condi­cio­na­das, toda esa gente quiere hacer­nos creer que los hombres no pue­den vivir de otra for­ma si no es porque cier­tas per­so­nas ilu­mi­na­das y sabios se han encar­ga­do de la hor­da de cre­ti­nos y de imbé­ciles inca­paces que somos.

Nues­tras socie­dades pare­cen haber renun­cia­do a cier­tas estruc­tu­ras no jerár­qui­cas en pro­ve­cho de un desar­rol­lo rápi­do y sin posi­bi­li­dad de control de la tec­no­logía que, a medi­da que les apor­ta­ba cier­tas faci­li­dades, los conducía cada vez más a la renun­cia de las rela­ciones sociales y a una vida colec­ti­va libre. Pero se nece­sitó que pasa­ra mucho tiem­po para extir­par la nos­tal­gia de esas rela­ciones con los mate­riales y los seres vivos. Con fre­cuen­cia encon­tra­mos todavía (cada vez más rara­mente) un ges­to, una acti­tud que recuer­dan esas rela­ciones. Pero tales ges­tos fue­ran alta­mente sub­ver­si­vos si fue­ran conscientes. Es nece­sa­rio vaciar­los de todo sen­ti­do, diri­gién­do­los a acti­vi­dades sepa­ra­das de la vida coti­dia­na : los pasa­tiem­pos, el bri­co­laje, la mili­tan­cia. Ello per­mite man­te­ner en noso­tros el míni­mo de equi­li­brio nece­sa­rio a la vida, pero no repre­sen­ta ningún peli­gro para las estruc­tu­ras sociales. Si des­pués de la fabri­ca o la ofi­ci­na, se deci­den a plan­tar flores, se hará con guantes, ya que la tier­ra, está sucia ; si fabri­can un mueble, cubrirán con des­pre­cio la made­ra de un hor­ro­ro­so plás­ti­co. Si la orga­ni­za­ción social vuelve impo­sible la vida, encon­tra­ran lugar en los par­ti­dos polí­ti­cos, en los sin­di­ca­tos, en los gru­pos orga­ni­za­dos de lo más diver­sos, podrán adhe­rir a ellos, pero la sola espe­ran­za que les dejarán es la de reem­pla­zar, algún día, a los amos que los fas­ti­dian. Que por sobre todas las cosas no nos inva­da el deseo de vivir una vida com­ple­ta, inte­gra­da a todo lo que nos rodea, de encon­trar los ges­tos de respe­to hacia los demás. Des­truiría­mos todas las maqui­nas sal­vo las que podría­mos respe­tar, o sea, com­pren­der. No habrían más robots mecá­ni­cos, elec­tró­ni­cos o huma­nos a nues­tra dis­po­si­ción ; el esfuer­zo seria pro­ba­ble­mente más grande pero ya no estaría­mos obli­ga­dos a trabajar.

Es difí­cil abor­dar la cues­tión del tra­ba­jo, porque esta­mos tan impre­gna­dos por la mís­ti­ca del tra­ba­jo que cor­re­mos el ries­go de hacer rea­pa­re­cer, bajo una nue­va piel, en nues­tra revuel­ta, la vie­ja ideo­logía. Quizás es lo que me aca­ba de suce­der escri­bien­do este papel bajo pre­tex­to de denun­ciar la ilu­sión tec­no­crá­ti­ca, la ten­ta­ción de vol­ver a revi­vir, bajo una for­ma más nue­va, la vir­tud del esfuer­zo. Desconfianza.

 

Roger Belbéoch


Tra­duc­ción — Edi­ción : San­tia­go Perales.

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  1. Publi­ca­da el 2018-03-09 Des­pa­cha­mos todo el país y en Cap Fed / GBA entre­ga­mos — insu­mos de eti­que­tas blan­cas e impre­sas- rib­bo­nAl­gu­nos de los rubros que usan nues­tras eti­que­tas Artí­cu­los de librería y jugue­tería Dro­guería y ven­ta de ins­tru­men­tal médi­co ropa mujer Labo­ra­to­rio de reme­dios Comer­cio indu­men­ta­ria Fábri­ca tex­til de varias mar­cas Fabri­ca­ción en plá Fri­go­ri­fi­co expor­ta­dor Semillas ali­men­tos balan­cea­dos Fabri­cas de fun­das ropa de niños Casa de dis­frazes De arti­cu­los de papel y cartón Indu­men­ta­ria mas­cu­li­na etc.

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