La ideología del trabajo (por Jacques Ellul)

Para Jacques Ellul los conflic­tos éti­cos del pro­gre­so téc­ni­co son una de las prin­ci­pales preo­cu­pa­ciones del pen­sa­dor. Ami­go del eco­lo­gis­ta Ber­nard Char­bon­neu, este será una ins­pi­ra­ción para Ellul en su cri­ti­ca de la socie­dad tecnicista […] 


« El hombre deforme siempre encuen­tra espe­jos que le hacen ser bello. »

De Sade

Antes de toda inves­ti­ga­ción o reflexión sobre el tra­ba­jo en nues­tra socie­dad, es nece­sa­rio estar consciente que todo en ella está domi­na­do por la ideo­logía del tra­ba­jo. En la casi tota­li­dad de las socie­dades tra­di­cio­nales, el tra­ba­jo no es consi­de­ra­do como un bien, ni como la acti­vi­dad prin­ci­pal. El valor inmi­nente del tra­ba­jo apa­rece en el mun­do occi­den­tal, en el siglo XVII, en Ingla­ter­ra, en Holan­da, y des­pués en Fran­cia. Este se desar­rol­la en los tres países conforme al cre­ci­mien­to econó­mi­co. ¿Cómo se expli­ca, en pri­mer lugar, la muta­ción men­tal y moral que consiste en pasar del tra­ba­jo de “pena o cas­ti­go o nece­si­dad inevi­table”, hacia el tra­ba­jo “valor y bien”? Se debe consta­tar que esta rein­ter­pre­ta­ción que ter­mi­na en la ideo­logía del tra­ba­jo, se pro­duce en el encuen­tro de 4 hechos que van a modi­fi­car a la socie­dad occi­den­tal. Pri­me­ro el tra­ba­jo se vuelve cada vez más duro con el desar­rol­lo indus­trial y apa­ren­te­mente más inhu­ma­no. Las condi­ciones de tra­ba­jo empeo­ran consi­de­ra­ble­mente con el paso del arte­sa­na­do e inclu­so de la manu­fac­tu­ra (que era ya dura pero no inhu­ma­na) a la fábri­ca. Esta ulti­ma pro­duce un nue­vo tipo de tra­ba­jo, des­pia­da­do. Y como con la nece­si­dad de la acu­mu­la­ción del capi­tal el sala­rio es infe­rior al valor pro­du­ci­do, el tra­ba­jo se vuelve más absor­bente : este envuelve toda la vida del hombre. El obre­ro se encuen­tra al mis­mo tiem­po obli­ga­do a hacer tra­ba­jar a su mujer y a sus hijos para poder sobre­vi­vir. El tra­ba­jo es entonces al mis­mo tiem­po más inhu­ma­no de lo que lo fue para los escla­vos y más tota­li­ta­rio, pues­to que no deja lugar para nin­gu­na otra acti­vi­dad en la vida, ningún jue­go, nin­gu­na inde­pen­den­cia, nin­gu­na vida en fami­lia. Este apa­rece para los obre­ros como una suerte de fata­li­dad, de des­ti­no. De esta for­ma fue indis­pen­sable com­pen­sar una tal situa­ción inhu­ma­na por una clase de ideo­logía (que por otro lado apa­rece en este caso cor­res­pon­dien­do exac­ta­mente a la pers­pec­ti­va de la ideo­logía de Marx) que haría del tra­ba­jo una vir­tud, un bien, una adqui­si­ción, un ascen­so o ele­va­ción. En el caso de que el tra­ba­jo todavía fuese inter­pre­ta­do como una mal­di­ción, ello habría sido radi­cal­mente into­le­rable para el obrero.

No obs­tante, esta difu­sión del « Tra­ba­jo-bien » toma gran impor­tan­cia en espe­cial porque la socie­dad de entonces aban­donó sus valores tra­di­cio­nales, lo que confor­ma el segun­do fac­tor. Por un lado las clases diri­gentes dejan de creer pro­fun­da­mente en el cris­tia­nis­mo, y por otro los obre­ros que son cam­pe­si­nos des­ter­ra­dos, se encuen­tran per­di­dos en la ciu­dad y ya sin ningún vín­cu­lo con sus anti­guas creen­cias, la esca­la de valores tra­di­cio­nales. Este hecho vuelve nece­sa­ria la rápi­da crea­ción de una ideo­logía de sub­sti­tu­ción, una red de valores a los cuales inte­grarse. Para los bur­gueses, el valor será el fun­da­men­to de su fuer­za, de su encum­bra­mien­to. El Tra­ba­jo (y secun­da­ria­mente el Dine­ro). Para los obre­ros, aca­ba­mos de ver que es nece­sa­rio pro­por­cio­narles una expli­ca­ción de lo que es la explo­ta­ción, o la valo­ri­za­ción, o la jus­ti­fi­ca­ción de su situa­ción, y al mis­mo tiem­po el sumi­nis­tro de una esca­la de valores sus­cep­tible de sus­ti­tuirse a la anti­gua. Así, la ideo­logía del tra­ba­jo se pro­duce y crece en el vacío deja­do por las demás creen­cias y valores.

Pero existe un ter­cer fac­tor : es admi­ti­do como valor, lo que se ha conver­ti­do en la nece­si­dad de cre­ci­mien­to del sis­te­ma econó­mi­co, esto es vis­to como pri­mor­dial. La eco­nomía toma su lugar fun­da­men­tal en el pen­sa­mien­to ape­nas en los siglos XVII y XVIII. La acti­vi­dad econó­mi­ca es crea­do­ra de valor (econó­mi­co). Se convierte en el pen­sa­mien­to de las elites, pero no sola­mente de la bur­guesía, sino del cen­tro del desar­rol­lo, de toda la civi­li­za­ción. Desde entonces, como no atri­buirle un lugar esen­cial en la vida moral. No obs­tante, el fac­tor deter­mi­nante de esta acti­vi­dad econó­mi­ca, el más bel­lo del hombre, es el tra­ba­jo. Todo se basa en un tra­ba­jo duro. No habien­do sido aún for­mu­la­do cla­ra­mente en el siglo XVIII, muchos ya entendían que el tra­ba­jo pro­ducía el valor econó­mi­co. El pasaje de este valor al otro (moral o espi­ri­tual) ocurre rápi­da­mente. Era impres­cin­dible que esta acti­vi­dad tan esen­cial mate­rial­mente fue­ra igual­mente jus­ti­fi­ca­da moral­mente y psi­coló­gi­ca­mente. Crea­dor de valor econó­mi­co, se emplea la mis­ma pala­bra para expre­sar lo que es crea­dor del valor moral y social.

Final­mente un últi­mo fac­tor viene a ase­gu­rar esta supre­macía. La ideo­logía del tra­ba­jo apa­rece cuan­do hay una sepa­ra­ción más grande y deci­si­va entre el que man­da y el que obe­dece al inter­ior de un mis­mo pro­ce­so de pro­duc­ción, entre el que explo­ta y el que es explo­ta­do, cor­res­pon­dien­do a cate­gorías radi­cales dife­rentes de tra­ba­jo. En el sis­te­ma tra­di­cio­nal, tene­mos el que no tra­ba­ja y el que tra­ba­ja. Hay una dife­ren­cia entre el tra­ba­ja­dor inte­lec­tual y el tra­ba­ja­dor manual. Pero no hay opo­si­ción radi­cal entre las tareas de orga­ni­za­ción o has­ta de man­do y las de eje­cu­ción : una inicia­ti­va mayor era deja­da al tra­ba­ja­dor manual. En el siglo XVIII, el que orga­ni­za el tra­ba­jo y el que explo­ta es tam­bién un tra­ba­ja­dor (y ya no un no-tra­ba­ja­dor, como lo era el señor) y todos están den­tro del cir­cui­to del tra­ba­jo, pero con la opo­si­ción total entre el eje­cu­tante explo­ta­do y el diri­gente explo­ta­dor. Exis­ten cate­gorías total­mente dife­rentes del tra­ba­jo en el domi­nio econó­mi­co. Estos son, creo, los cua­tro fac­tores que condu­cen a la ela­bo­ra­ción (espontá­nea, y no maquia­vé­li­ca) de la ideo­logía del tra­ba­jo, que jue­ga el rol de todas las ideo­logías : por una parte la de disi­mu­lar la situa­ción real tras­ladán­do­la a un cam­po ideal, o sea, atrayen­do toda la aten­ción hacia el ideal, el enno­ble­ci­do, el vir­tuo­so y hon­ra­do, por la otra, la de jus­ti­fi­car esta mis­ma situa­ción tiñén­do­la de los colores del bien y del sen­ti­do. Esta ideo­logía del tra­ba­jo ha pene­tra­do por doquier, y domi­na todavía y en gran parte nues­tras mentalidades.

Cuales son pues los prin­ci­pales com­po­nentes de esta ideo­logía : pri­me­ro está la idea cen­tral, que se convierte en una evi­den­cia : que el hombre está hecho para el tra­ba­jo. No hay otra posi­bi­li­dad para vivir. La vida no puede ser lle­na­da más que por el tra­ba­jo. Recuer­do, cual pie­dra sepul­cral cuya úni­ca ins­crip­ción, bajo el nombre del difun­to : « el tra­ba­jo fue su vida ». No había nada más que decir sobre toda una vida de hombre. Y al mis­mo tiem­po, en la pri­me­ra mitad del siglo XIX, apa­recía la idea de que el hombre se dife­ren­cia­ba de los ani­males, se convertía real­mente en hombre, porque desde sus orí­genes había tra­ba­ja­do. El tra­ba­jo había hecho al hombre. La dis­tan­cia entre el pri­mate y el hombre fue olvi­da­da por el tra­ba­jo. Y de for­ma signi­fi­ca­ti­va, mien­tras que en siglo XVIII se le lla­ma­ba gene­ral­mente al hombre pre­histó­ri­co « homo sapiens », a prin­ci­pios del siglo XIX el que va a pre­va­le­cer será el « homo faber”: el hombre que hace o fabri­ca útiles de tra­ba­jo (yo sé que, por supues­to, eso esta­ba rela­cio­na­do a des­cu­bri­mien­tos efec­ti­vos de útiles pre­histó­ri­cos, pero ese cam­bio de acen­tua­ción es escla­re­ce­dor). Al igual que en los orí­genes del hombre está el tra­ba­jo, es el tra­ba­jo el úni­co que puede dar un sen­ti­do a la vida. Esta no tiene sen­ti­do en sí : el hombre se lo apor­ta, por sus obras y la rea­li­za­ción de su per­so­na en el tra­ba­jo, que en sí mis­mo no nece­si­ta ser jus­ti­fi­ca­do, legi­ti­ma­do : el tra­ba­jo com­por­ta su sen­ti­do en sí mis­mo, com­por­ta su recom­pen­sa, a la vez por la satis­fac­ción moral del « deber cum­pli­do », y por los bene­fi­cios mate­riales que cada quien reti­ra de su tra­ba­jo. Por­ta en sí su recom­pen­sa, y además una recom­pen­sa com­ple­men­ta­ria (dine­ro, repu­ta­ción, jus­ti­fi­ca­ción). Labor impro­bus omnia vin­cit (trad.; ‘El tra­ba­jo ago­ta­dor todo lo vence’). Esta divi­sa se convierte en la más impor­tante del siglo XIX. Porque el tra­ba­jo es el padre de todas las vir­tudes, como la ocio­si­dad es la madre de todos los vicios. Los tex­tos de Vol­taire, uno de los crea­dores de la ideo­logía del tra­ba­jo, son en efec­to escla­re­ce­dores sobre el tema : « El tra­ba­jo ale­ja de noso­tros tres grandes males : el abur­ri­mien­to, el vicio y la nece­si­dad » o aun « Fuer­cen a los hombres a tra­ba­jar y los trans­for­ma­ran en gente hones­ta ».

    « La natu­ra­le­za es inago­table ; y el tra­ba­jo infa­ti­gable es un dios que la reju­ve­nece » ~ Fran­çois-Marie Arouet, cono­ci­do como Voltaire.

Y no es extra­ño que sea jus­ta­mente Vol­taire el que pone en pri­mer orden el valor del tra­ba­jo, ya que  este se convierte en valor jus­ti­fi­ca­dor. Se pue­den come­ter muchas fal­tas de todo tipo, pero si se es un firme tra­ba­ja­dor se es per­do­na­do. Un paso más y lle­ga­mos a la afir­ma­ción, nada moder­na, de que « El tra­ba­jo es la liber­tad ». Esta fór­mu­la se refle­ja hoy por un tono trá­gi­co, porque nos recuer­da la for­mu­la en la entra­da de los Cam­pos Hit­le­ria­nos : « Arbeit macht frei » (trad. ‘el tra­ba­jo libe­ra’). Pero en el siglo XIX era expli­ca­do solem­ne­mente que, en efec­to, solo el tra­ba­ja­dor es libre, por opo­si­ción al nóma­da que depende de las cir­cuns­tan­cias, y al men­di­go que depende de la bue­na volun­tad de los demás. El tra­ba­ja­dor, él, cada cual lo sabe, no depende de nadie. ¡Sólo de su tra­ba­jo ! De esta for­ma, la escla­vi­tud del tra­ba­jo es trans­for­ma­da en garantía de Libertad.

« Arbeit macht frei » (trad. ‘el tra­ba­jo libera’).

 

 

 

Y de esta moral encon­tra­mos dos apli­ca­ciones más moder­nas : la Occi­den­tal se dio cuen­ta de su capa­ci­dad de tra­ba­jar la jus­ti­fi­ca­ción al mis­mo tiem­po que la expli­ca­ción de su super­io­ri­dad con res­pec­to a todos los pue­blos del mun­do. Los afri­ca­nos eran per­ezo­sos. Era un deber moral enseñarles a tra­ba­jar, y era una legi­ti­ma­ción de la conquis­ta. No se podía entrar en la pers­pec­ti­va del cese al tra­ba­jo cuan­do se tiene lo sufi­ciente para comer dos o tres días. Los conflic­tos entre patrones occi­den­tales y obre­ros árabes y afri­ca­nos entre 1900 y 1940 fue­ron innu­me­rables por este moti­vo. Pero, extra­or­di­na­ria­mente, esta valo­ri­za­ción del hombre por el tra­ba­jo fue adop­ta­da por movi­mien­tos femi­nis­tas. El hombre man­tu­vo a la mujer en la infe­rio­ri­dad, porque solo él efec­tua­ba el tra­ba­jo social­mente reco­no­ci­do. La mujer sólo es reco­no­ci­da hoy si tra­ba­ja : tenien­do en cuen­ta que el man­te­ni­mien­to del hogar y criar a los hijos no es tra­ba­jo, ya que no es tra­ba­jo pro­duc­ti­vo y no apor­ta dine­ro. Por ejem­plo G. Hali­mi dice que « La gran injus­ti­cia es que la mujer ha sido exclui­da de la vida pro­fe­sio­nal por el hombre ». Es esta exclu­sión la que impide a la mujer de poder acce­der a la huma­ni­dad com­ple­ta. Esto hace que tam­bién se la consi­dere como el últi­mo pue­blo colo­ni­za­do. Dicho de otra for­ma, el tra­ba­jo, en la socie­dad indus­trial, es la fuente del valor, que se vuelve en el ori­gen de toda rea­li­dad, se encuen­tra trans­for­ma­do, gra­cias a la ideo­logía, en una sur­rea­li­dad, inver­ti­da en un sen­ti­do últi­mo a par­tir del cual toda vida toma su sen­ti­do. De esta for­ma el tra­ba­jo es iden­ti­fi­ca­do a toda la moral y toma el lugar de todos los demás valores. El tra­ba­jo es por­ta­dor de ave­nir. Ya sea que se trate de un ave­nir indi­vi­dual o de la colec­ti­vi­dad, este se fun­da en la efec­ti­vi­dad, la gene­ra­li­dad del tra­ba­jo. Y en la escue­la se le enseña al niño, pri­me­ro y antes que nada, el valor sagra­do del tra­ba­jo. Es la base (con la patria) del apren­di­zaje pri­ma­rio alre­de­dor de 1860 a 1940. Esta ideo­logía va a pene­trar total­mente a generaciones.

 

Esto conduce a dos conse­cuen­cias muy mani­fies­tas, entre otras. Pri­me­ro somos una socie­dad que ha pues­to pro­gre­si­va­mente a todos a tra­ba­jar. El ren­tis­ta, como antes el Noble o el Monje, ambos ocio­sos, se convier­ten en per­so­najes innoble a fines del siglo XIX. Sola­mente el tra­ba­ja­dor es digno del nombre de hombre. Y en la escue­la los niños son pues­tos a tra­ba­jar como nun­ca habían tra­ba­ja­do en nin­gu­na otra civi­li­za­ción (no hablo del atroz tra­ba­jo indus­trial o mine­ro de los niños del siglo XIX, que fue for­tui­to y vin­cu­la­do ya no al valor del tra­ba­jo sino al sis­te­ma capi­ta­lis­ta). Y la otra conse­cuen­cia actual­mente remar­cable : no vemos lo que sería la vida de un hombre que no tra­ba­ja. El desem­plea­do, aunque recibía una indem­ni­za­ción sufi­ciente, que­da dese­qui­li­bra­do y como deshon­ra­do por la ausen­cia de acti­vi­dad social retri­bui­da. Un tiem­po libre dema­sia­do pro­lon­ga­do es per­tur­ba­dor, y esta com­ple­ta­do por una mala concien­cia. Y todavía se debe pen­sar a los nume­ro­sos « dra­mas de la jubi­la­ción ». El jubi­la­do se siente frus­tra­do del fun­da­men­tal. Su vida no tiene más pro­duc­ti­vi­dad, legi­ti­ma­ción : no sirve para nada. Es un sen­ti­mien­to muy pro­pa­ga­do que pro­viene úni­ca­mente del hecho que la ideo­logía conven­ció al hombre de que la úni­ca uti­li­za­ción nor­mal de la vida era el trabajo.

Esta ideo­logía del tra­ba­jo pre­sen­ta un espe­cial y par­ti­cu­lar inter­és en la medi­da de ser un ejem­plo per­fec­to de la idea (que no se debe gene­ra­li­zar) que ‘la ideo­logía domi­nante es la ideo­logía de la clase domi­nante’. O aun que ‘esta impone su pro­pia ideo­logía a la clase domi­na­da’. Y es en efec­to, la ideo­logía del tra­ba­jo jun­to con la expan­sión de la indus­tria, una crea­ción inte­gral de la clase bur­gue­sa. Esta reem­pla­za toda moral por la moral del tra­ba­jo. Pero esto no es para engañar a los obre­ros, tam­po­co para hacer­los tra­ba­jar. Ya que la bur­guesía tam­bién cree en ello. Es ella quien, por sí mis­ma, pone al tra­ba­jo por enci­ma de todo. Las pri­me­ras gene­ra­ciones bur­gue­sas (los capi­tanes de indus­tria por ejem­plo) están confor­ma­das de hombres obse­sio­na­dos por el tra­ba­jo, tra­ba­ja­ban más que todos. No se ela­bo­ra tal moral para contra­de­cir a los demás, sino como jus­ti­fi­ca­ción de lo que uno mis­mo hacía. La bur­guesía no creía más en los valores reli­gio­sos de lo que creía en las morales tra­di­cio­nales : esta rem­pla­za el todo por la ideo­logía que legi­ti­ma a la vez lo que ella hace, su esti­lo de vida, así como  el sis­te­ma en sí mis­mo que, ella, la bur­guesía, orga­ni­za e ins­ta­la. Pero cla­ro, ya diji­mos que como toda ideo­logía, esta sirve tam­bién para disi­mu­lar, escon­der la condi­ción del pro­le­ta­ria­do (si tra­ba­ja, ¡no es por obli­ga­ción u subyu­ga­ción sino por vir­tud!). No obs­tante, es cau­ti­va­dor el consta­tar que esta ideo­logía pro­duc­to de la bur­guesía se convierte en la ideo­logía pro­fun­da­mente arrai­ga­da y esen­cial de la clase obre­ra y de sus pen­sa­dores. Como la mayoría de los socia­lis­tas, Marx cae en la tram­pa de esta ideo­logía. Aquel tan luci­do para con la crí­ti­ca del pen­sa­mien­to bur­gués, entra de lle­no en la ideo­logía del tra­ba­jo. Los tex­tos abun­dan : « La his­to­ria del mun­do no es más que la crea­ción del hombre por el tra­ba­jo. El tra­ba­jo ha crea­do al pro­pio hombre » (Engels).

Y aquí tene­mos bel­los tex­tos del mis­mo Marx :

    “En tu uso de mi pro­duc­to, direc­ta­mente goza­ré de la concien­cia de haber satis­fe­cho una nece­si­dad huma­na y obje­ti­va­do la esen­cia del hombre, de haber sido para ti el medio pla­zo entre tú y el géne­ro huma­no, de ser pues cono­ci­do y sen­ti­do por ti como un com­ple­men­to de tu pro­pio ser y una parte nece­sa­ria de ti mis­mo. De saberme confir­ma­do tan­to en tu pen­sa­mien­to como en tu amor, de haber crea­do, en la mani­fes­ta­ción indi­vi­dual de mi vida, la mani­fes­ta­ción de tu vida, de haber pues confir­ma­do y rea­li­za­do direc­ta­mente en mi tra­ba­jo… la esen­cia huma­na, mi esen­cia social.”

Marx — Mans 1844.

    « Por eso es pre­ci­sa­mente en la ela­bo­ra­ción por su tra­ba­jo el mun­do de los obje­tos en donde el hombre se afir­ma real­mente como un ser gené­ri­co. Esta pro­duc­ción es su vida acti­va. Mediante ella, la natu­ra­le­za apa­rece como su obra y su rea­li­dad. Es por eso que el obje­to del tra­ba­jo es la obje­ti­va­ción de la vida gené­ri­ca del hombre, pues este se des­do­bla no solo inte­lec­tual­mente, como ideal­mente en la concien­cia, sino acti­va y real­mente, y se contem­pla a si mis­mo en un mun­do crea­do por el por medio de su trabajo »

Marx — Mans 1844.

Y uno de los des­pia­da­dos ataques de Marx contra el capi­ta­lis­mo tra­ta jus­ta­mente sobre este pun­to : “el capi­ta­lis­mo ha degra­da­do el tra­ba­jo huma­no, hace de él un envi­le­ci­mien­to, una alie­na­ción”. El tra­ba­jo en ese mun­do no es ya el tra­ba­jo. (¡Pero olvi­da­ba que fue pre­ci­sa­mente ese mun­do quien había fabri­ca­do la noble ima­gen del tra­ba­jo!). “El capi­ta­lis­mo debe ser conde­na­do entre otras cosas, para que el tra­ba­jo pue­da encon­trar su noble­za y valor”. Por otro lado, Marx ata­ca­ba simultá­nea­mente sobre este pun­to a los anar­quis­tas, los úni­cos en dudar de la ideo­logía del tra­ba­jo. En fin : « Por esen­cia el tra­ba­jo es la mani­fes­ta­ción de la per­so­na­li­dad del hombre. El obje­to pro­du­ci­do expre­sa la indi­vi­dua­li­dad del hombre, su exten­sión obje­ti­va y tan­gible. Es el medio direc­to de sub­sis­ten­cia, y la confir­ma­ción de su exis­ten­cia indi­vi­dual ». De esta for­ma Marx inter­pre­ta todo gra­cias al tra­ba­jo, y su célebre demos­tra­ción de que solo el tra­ba­jo es crea­dor de valor se basa sobre esta ideo­logía bur­gue­sa (agre­gan­do, fue­ron eco­no­mis­tas bur­gueses quienes, antes de Marx, habían hecho del tra­ba­jo el ori­gen del valor).

Pero no serán solo los pen­sa­dores socia­lis­tas quienes entrarán en esta pers­pec­ti­va, los mis­mos obre­ros,  y los sin­di­ca­tos tam­bién. Durante todo el final del siglo XIX, se asiste a una pro­gre­sión de la pala­bra « Tra­ba­ja­dores ». Solo los tra­ba­ja­dores están jus­ti­fi­ca­dos y tie­nen el dere­cho a ser hono­ra­dos, en opo­si­ción a los ocio­sos y a los ren­tis­tas que son viles por natu­ra­le­za. Y todavía, por tra­ba­ja­dor se com­prende sola­mente al tra­ba­ja­dor manual. Alre­de­dor de 1900, ten­drán lugar rudos debates en los sin­di­ca­tos para saber si se les puede acor­dar a : los fun­cio­na­rios, inte­lec­tuales, emplea­dos, el noble títu­lo de tra­ba­ja­dor. Igual­mente en los sin­di­ca­tos, entre 1880–1914, se repite sin fin que el tra­ba­jo enno­blece el hombre, que un buen sin­di­ca­lis­ta debe ser un mejor obre­ro que los otros ; se pro­pa­ga el ideal del tra­ba­jo bien hecho etc… Y final­mente todavía en los sin­di­ca­tos, es exi­gi­do antes de cual­quier otra cosa, jus­ti­cia en la repar­ti­ción de los pro­duc­tos del tra­ba­jo, o la atri­bu­ción del poder para los tra­ba­ja­dores. Así pode­mos decir que de for­ma muy gene­ral, los sin­di­ca­tos y socia­lis­tas contri­buye­ron a la difu­sión de la ideo­logía del tra­ba­jo y a su refor­za­mien­to, ¡lo que por cier­to es bien comprendido!.

Jacques Ellul


Citas rela­cio­na­das con rela­ción al tema.

[…]« La gra­tui­dad de la vida en sus deseos y sus goces no impli­ca que se obten­ga sin un esfuer­zo constante ; sino que está en su natu­ra­le­za el darse, no de pagarse y de cam­biarse, está en su natu­ra­le­za el crearse y no de pro­du­cir un tra­ba­jo, de aliarse a lo viviente para per­fec­cio­nar su feli­ci­dad, no de sepa­rarse de ello para des­truir­lo. Tal es en su sen­cil­lez lo que dis­tingue radi­cal­mente la volun­tad de vivir de toda eco­nomía, cuyo pro­ve­cho se ejer­ci­ta a sus expensas. »[…]

(Nous qui dési­rons sans fin ‘Noso­tros que desea­mos sin fin’ — Raoul Vaneigem)

[…] « Y así suce­si­va­mente. Si a alguien se le ocurre orga­ni­zarme la vida, nun­ca podrá ser mi com­pañe­ro. Si inten­tan jus­ti­fi­car esto con la excu­sa de que alguien debe “pro­du­cir” o todos per­de­re­mos nues­tra iden­ti­dad de seres huma­nos y sere­mos ven­ci­dos por la “sal­vaje natu­ra­le­za”, contes­ta­mos que la rela­ción hombre-natu­ra­le­za es un pro­duc­to de la bur­guesía mar­xis­ta ilu­mi­na­da. ¿Por­qué quie­ren conver­tir una espa­da en una hor­ca ? ¿Por­qué el hombre debe siempre pro­cu­rar dis­tin­guirse de la natu­ra­le­za?… Cual­quie­ra puede ver cuán­ta mito­logía se ocul­ta en estas afir­ma­ciones. Si el hombre no se dife­ren­cia de la natu­ra­le­za sin el tra­ba­jo, ¿cómo puede rea­li­zarse en la satis­fac­ción de sus nece­si­dades ? Para hacer esto debería ser ya hombre, por tan­to debería haber satis­fe­cho sus nece­si­dades, por tan­to no debería tener nece­si­dad de trabajar.

¡Qué locu­ra es el amor al trabajo !

Qué gran habi­li­dad escé­ni­ca la del capi­tal, que ha sabi­do hacer que el explo­ta­do ame la explo­ta­ción, el ahor­ca­do la cuer­da y el escla­vo las cadenas…

El movi­mien­to de los explo­ta­dos ha sido cor­rom­pi­do por la pene­tra­ción de la mora­li­dad bur­gue­sa de la pro­duc­ción, la cual no es sólo aje­na al movi­mien­to sino contra­ria a éste. No es una casua­li­dad que los sin­di­ca­tos fue­ran los pri­me­ros en ser cor­rom­pi­dos, pre­ci­sa­mente por su mayor cer­canía a la ges­tión del espectá­cu­lo de la pro­duc­ción. Es nece­sa­rio opo­ner la esté­ti­ca del no tra­ba­jo a la éti­ca del trabajo…

Date pri­sa en ata­car al capi­tal, antes de que una nue­va ideo­logía lo haga sagra­do para ti.

Date pri­sa en recha­zar el tra­ba­jo, antes de que un nue­vo sofis­ta te diga, una vez más, que “el tra­ba­jo te hace libre”. […]

(La Gioia Arma­ta — A. M. Bonan­no)   


            
Traducción-Edición ; Santiago Perales

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