EL ÚNICO MUNDO QUE TENEMOS (por Paul Shepard)

La siguiente lectura es una traducción idiomática del prefacio del excelente libro "The Only World We've Got" o "El único mundo que tenemos" de Paul Shepard, seguidamente de una reseña sobre el autor.

the only world we've got

Por razones que no son del todo cla­ras, gran parte de mi vida adul­ta fue influen­cia­da por alu­siones al pasa­do, y, conscien­te­mente, en los años más recientes, por infe­ren­cias conti­nuas con el pasa­do. Sos­pe­cho que en parte es una ten­den­cia que fue deter­mi­na­da por mis 3 años de ser­vi­cio mili­tar durante la Segun­da Guer­ra Mun­dial, cuan­do ape­nas ter­mi­na­ba el cole­gio, por los recuer­dos que ten­go de ello así como por el idea­lis­mo tenaz impul­sa­do por esta expe­rien­cia. Alcan­cé mis 31 años inva­di­do por dos tipos de inquie­tudes. Me lamen­ta­ba, en pri­mer lugar, por la Tier­ra y su des­ti­no, y tenía la dolo­ro­sa sen­sa­ción de la desa­pa­ri­ción de la per­fec­ción de lo sal­vaje que ya me había gol­pea­do cuan­do niño. Tal aspi­ra­ción me volvía un blan­co desi­gna­do de los anti­eco­lo­gis­tas para quienes “los amantes de la natu­ra­le­za” son víc­ti­mas, incor­re­gibles, de la nos­tal­gia de un pasa­do ilu­so­rio. Mi inter­és uni­ver­si­ta­rio por el estu­dio de los poe­tas, pin­tores y via­je­ros román­ti­cos que repre­sen­ta­ban una acti­tud par­ti­cu­lar hacia la natu­ra­le­za consti­tuyó una suerte de exten­sión pro­fe­sio­nal de esta pre­di­lec­ción y de esta intui­ción ins­pi­ra­da. Mi segun­do temor, que consti­tuyó un desafío más que una apren­sión, pro­viene del estu­dio de la evo­lu­ción bioló­gi­ca y de la toma de concien­cia de la dis­tan­cia cre­ciente con mis pro­pios ances­tros, no menos conmo­ve­dor que los pai­sajes per­di­dos de mi infan­cia, y no obs­tante más tran­qui­li­za­dor inte­lec­tual­mente que cual­quie­ra de las otras ideas religiosas.

Pasé mucho tiem­po con las ranas, los peces y los rep­tiles, aún más con las aves y los mamí­fe­ros. Esos com­pañe­ros de mi infan­cia son tam­bién ves­ti­gios de un pasa­do sur­gi­do de las tinie­blas pri­mi­ti­vas del cual pro­ven­go, yo tam­bién, y con el que todavía com­par­to el mun­do. No dudo haber desar­rol­la­do una concep­ción de la evo­lu­ción huma­na a par­tir de mi pro­pia onto­gé­ne­sis y de haber per­ci­bi­do mi pro­pia sen­si­bi­li­dad como pro­ve­nien­cia, y por medios aná­lo­gos, de los orí­genes de la concien­cia por las espe­cies huma­nas. Soy consciente que un pen­sa­mien­to tan atá­vi­co es amplia­mente desa­pro­ba­do, que la cien­cia des­car­ta la idea que “la onto­gé­ne­sis repite la filo­gé­ne­sis.” Sin embar­go es esta hipó­te­sis, a menu­do des­pre­cia­da, la cau­sa de mi fas­ci­na­ción por la pre­his­to­ria huma­na. Habien­do vivi­do durante una bue­na parte del siglo XX, con sus catás­trofes, su vio­len­cia y su avi­dez, me di cuen­ta con lamen­to que durante los 3 mil­lones de años del Pleis­to­ce­no –la era de nues­tra apa­ri­ción- la huma­ni­dad era poco nume­ro­sa, sen­sible a las esta­ciones y a las otras for­mas de vida, humilde en su acti­tud frente a la tier­ra y que no esta­ba per­tur­ba­da por la idea de ser una espe­cie entre muchas otras. La tal­la de los gru­pos era ideal para las rela­ciones y la liber­tad huma­nas, la salud era bue­na a pesar (¡o quizá a cau­sa!) de una tasa de mor­ta­li­dad infan­til ele­va­da, la ali­men­ta­ción era conforme a nues­tra fisio­logía de omní­vo­ro y a nues­tra sabia adap­ta­bi­li­dad, y nues­tra eco­logía era estable y no conta­mi­nante. Esta sen­si­bi­li­dad gené­ri­ca es todavía nues­tro lote, espontá­neo, ya que todos los huma­nos com­par­ten una rela­ción pri­me­ra o arque­ti­po con la natu­ra­le­za, mucho más que con la “cultu­ra”, tan ala­ba­da por las cien­cias sociales. Este lazo fue teji­do por los esti­los de vida de los caza­dores y los reco­lec­tores, para quienes la esta­ción de la exis­ten­cia per­so­nal, del naci­mien­to a la muerte, era cele­bra­da como un ciclo efí­me­ro en el seno de un uni­ver­so más importante.

Sin embar­go se nos ha que­ri­do hacer creer que el ver­da­de­ro yo, era en gran parte inde­pen­diente de la bio­logía – y del deter­mi­nis­mo —  como si nues­tra bio­logía ejer­ciese una suerte de tiranía que pudié­ra­mos negar. Nues­tra cultu­ra indus­trial nos dice cada día que pode­mos hacer todo lo que desea­mos, crear nues­tro mun­do según nues­tro gus­to, entre­te­ner cual­quier rela­ción sexual o social, y deve­nir todo lo que nos conven­ga : todo esto gra­cias a la cer­ti­tud de que somos fun­da­men­tal­mente dife­rentes de las otras for­mas de vida. Durante cier­tos per­io­dos, tal arro­gan­cia pudo exis­tir y lue­go desa­pa­re­cer, pero en ningún momen­to hubié­ra­mos pro­vo­ca­do devas­ta­ciones com­pa­rables a la de la inso­len­cia ecoló­gi­ca del siglo pasado.

Extincion en masa

La gené­ti­ca reciente y la bio­logía mole­cu­lar, para ter­mi­nar, han confor­ta­do nues­tros lazos con el pasa­do. Somos lo que nues­tro ADN – en reac­ción a nues­tro entor­no – hace de noso­tros. El shock pro­vo­ca­do por el hecho de ser idén­ti­co por el ADN en un 99% al chim­pan­cé y 80% al cabal­lo tuvo un impac­to des­con­cer­tante sobre noso­tros. Inclu­so el lagar­to se encar­na en rela­ción a noso­tros, aunque sea­mos “sola­mente” su pri­mo. Evi­den­te­mente el ADN no fun­cio­na en el vacío : la heren­cia gené­ti­ca está constan­te­mente en inter­ac­ción con nues­tra expe­rien­cia y nues­tro entor­no. La anti­gua cues­tión de la natu­ra­le­za y de la edu­ca­ción (crian­za) siempre fue vana, ya que las ata­du­ras son bioló­gi­cas y las opor­tu­ni­dades circunstanciales.

La consti­tu­ción de los caza­dores-reco­lec­tores en el momen­to de nues­tra apa­ri­ción fue la de un pri­mate omní­vo­ro. Nues­tros dientes, nues­tro sis­te­ma diges­ti­vo, nues­tro meta­bo­lis­mo lo confir­ma ; ni carní­vo­ro, ni herbí­vo­ro, ni frugí­vo­ro, ni graní­vo­ro, noso­tros éra­mos todo esto simultá­nea­mente. Res­trin­girse a uno de cual­quie­ra de estos regí­menes ali­men­ti­cios hubie­ra consti­tui­do un duro esfuer­zo, sobre todo porque hubié­ra­mos esta­do mal nutri­dos o preo­cu­pa­dos por sub­sti­tu­tos o adi­ti­vos. Tra­tar de “ser” deli­be­ra­da­mente un herbí­vo­ro – o sea un vege­ta­ria­no — consti­tuye una arro­gan­cia par­ti­cu­lar bajo el aspec­to de una éti­ca. Aún sobre el pla­no de una die­ta omní­vo­ra, es posible equi­vo­carse en las pro­por­ciones o per­derse res­pec­to a la cali­dad de los ali­men­tos, por ejem­plo, exa­ge­rar la inges­ta de carne u olvi­darse de las fru­tas. O peor, de comer varie­dades de plan­tas o ani­males pro­du­ci­dos por su apa­rien­cia, su tamaño, su conser­va­ción, o su adap­ta­ción a las máqui­nas, lo que lle­vará a defi­cien­cias nutri­ti­vas dado que nues­tros cuer­pos están habi­tua­dos a las varie­dades sil­vestres de nues­tra pasa­da evo­lu­ción y de las que aquel­las son páli­dos representantes.

Reco­lec­tar cual­quier comi­da es matar seres vivos. Esta toma de conscien­cia se nos vol­vió una fal­ta dolo­ro­sa de una filo­sofía de la muerte como inhe­rente a nues­tra vida y porque, en nues­tras socie­dades indus­triales, paga­mos a alguien más para dar muerte. Una filo­sofía como esta debie­ra no sola­mente inte­grar la nece­si­dad moral de la pues­ta en muerte, que tam­bién es la fuente de la vida, sino admi­tir además que, noso­tros tam­bién, somos comi­da. Esta conti­nui­dad es esen­cial para la exis­ten­cia orgá­ni­ca en su tota­li­dad ; el vín­cu­lo de la vida lo exige. El embal­sa­ma­mien­to, refi­na­mien­to civi­li­za­do inven­ta­do por los anti­guos egip­cios y sobre el cual hemos legis­la­do,  es una ten­ta­ti­va deses­pe­ra­da por esca­par a la exis­ten­cia car­nal. La cre­ma­ción es mitad esfuer­zo en la mis­ma dirección.

En las socie­dades donde las per­so­nas matan indi­vi­dual­mente su pro­pio ali­men­to (ya sean los embriones en el hue­vo, en las semillas, o los ani­males adul­tos) no hay escape de esta rea­li­dad físi­ca que no sea la colec­ta, el reco­no­ci­mien­to, pues­to que al fin y al cabo acep­tar la dura rea­li­dad es una afir­ma­ción de vida. De esta for­ma la pues­ta en muerte y la acción de comer otras espe­cies son consi­de­ra­das por la mayoría de los pue­blos tri­bales como un rega­lo de la vida más que como una vic­to­ria sobre la natu­ra­le­za o una sumi­sión a una esen­cia “bes­tial”. El caza­dor-reco­lec­tor indi­vi­dual no es exclu­si­va­mente res­pon­sable, no más que el reco­lec­tor que arran­ca la raíz del sue­lo, o quien pul­ve­ri­za los gra­nos no es más repro­bable que los que com­par­ten el festín. Rituales de cele­bra­ción, de puri­fi­ca­ción, de home­naje y de vene­ra­ción son orga­ni­za­dos a esca­la de gru­po. Vir­tual­mente todo creyente se preo­cu­pa de sus domi­nios, y, par­ti­cu­lar­mente para esos pue­blos, del lazo con la muerte y de una u otra for­ma, del renue­vo tan­to físi­co como espi­ri­tual. (Ndt ; Leer el ejem­plo del pue­blo Awá y otros más, en el sitio de Sur­vi­val en español)

El home­naje a la vida del Pleis­to­ce­no (la vida huma­na hace más de doce mil años) parece siempre encon­trarse con dos obstá­cu­los. La pri­me­ra difi­cul­tad es que no hay “uni­ver­sales”. Se me llamó cruel­mente la aten­ción por esta obje­ción en un gran encuen­tro públi­co en Washing­ton D. C., en 1978 cuan­do, habien­do pro­pues­to lo que creía ser una bue­na inter­ven­ción sobre el desar­rol­lo del niño en las socie­dades pri­mi­ti­vas, recibí los asal­tos de Mar­ga­ret Mead antes de la expo­si­ción. La célebre antropó­lo­ga, ves­ti­da de un som­bre­ro de ala impo­nente, de un pareo con moti­vos flo­rales que des­cendían has­ta el sue­lo y una caña de más de un metro noven­ta, rei­na­ba sin repar­to. “Todos sabe­mos que no hay uni­ver­sales”, dijo con des­dén, claván­dome ahí mis­mo. Durante años soñé en la respues­ta que hubie­ra debi­do darle, pero des­pués com­prendí que ella solo esta­ba sol­tan­do una idea reci­bi­da en usan­za. Evi­den­te­mente no hay uni­ver­sales : no todo mun­do nació con dos pier­nas. Las carac­terís­ti­cas de las espe­cies no tie­nen inter­és para la mayoría de los antropó­lo­gos, que se encuen­tran condi­cio­na­dos por el estu­dio de las dife­ren­cias culturales.

Los caza­dores reco­lec­tores quizá no siempre viven en una per­fec­ta armonía con la natu­ra­le­za o los unos con los otros, quizá no siempre esta­ban conten­tos, satis­fe­chos, bien nutri­dos, en per­fec­ta salud, o intrín­se­ca­mente filó­so­fos. Eran per­so­nas torpes en cier­ta for­ma, como en cual­quier lugar. Cier­tas tri­bus vivían al límite de entor­nos que exponían su exis­ten­cia a una ten­sión par­ti­cu­lar. Los bosques tro­pi­cales espe­sos y el Árti­co extre­mo eran lugares de ese tipo. Tam­bién podría­mos juz­gar de su situa­ción a par­tir de ejem­plos de homi­ci­dio, de sui­ci­dio, de abu­so sexual hacia los niños. Pero todo eso es difí­cil­mente com­pa­rable con la degra­da­ción de la per­so­na­li­dad huma­na y su des­mo­ra­li­za­ción, la suma glo­bal de sufri­mien­to huma­no en nues­tras moder­nas ciu­dades, o las catás­trofes cau­sa­das por la avi­dez indus­trial que ha redu­ci­do casi a la nada nues­tra vida natu­ral y huma­na en nombre de un pro­gre­so pla­ne­ta­rio, inclu­so en el árti­co y en los tró­pi­cos. No debe­mos engañar­nos […] Entien­do refe­rirme en cuan­to a las catás­trofes cau­sa­das por la avi­dez indus­trial, a la orga­ni­za­ción colec­ti­va de la eco­nomía. Es esta eco­nomía que des­truye la comu­ni­dad huma­na, por su cegue­ra espe­cu­la­ti­va, su des­pre­cio obs­ce­no por lo que es cria­do, sus resi­duos, su rapa­ci­dad, y su deseo exce­si­vo de “pro­duc­tos”. Lo peor de todo, es que estas catás­trofes cró­ni­cas crea­ron una doble y curio­sa para­do­ja que hace que la gente crea que la solu­ción a sus pro­ble­mas reside en el « tener siempre más », de modo que el nau­fra­gio de la digni­dad huma­na y la des­truc­ción del entor­no son sen­ti­dos a la inver­sa, como la prue­ba de una insu­fi­cien­cia de desar­rol­lo industrial.

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La segun­da difi­cul­tad para que el Pleis­to­ce­no sea consi­de­ra­do como mode­lo es la idea de que “no pode­mos dar vuel­ta atrás”. Como estu­diante, conocía la fle­cha del tiem­po y la evo­lu­ción. Exten­der este fenó­me­no al pro­ce­so social me parecía per­fec­ta­mente natu­ral. Durante un tiem­po esta fue una de mis inquie­tudes. Des­pués, final­mente com­prendí que no hace fal­ta “vol­ver atrás” en el tiem­po para ser el tipo de cria­tu­ra que somos. Los genes del pasa­do vie­nen con noso­tros. Lo que pido no es que la gente cam­bie de genes sino de socie­dad, para ponerse en armonía con la heren­cia que ya disponen.

Encon­trar mane­ras prác­ti­cas para trans­fe­rir nues­tro ADN hacia entor­nos es com­pli­ca­do. A penas cin­co minu­tos lue­go de haber abor­da­do este tema, mis estu­diantes comen­za­ron inme­dia­ta­mente a repli­car, “de acuer­do, pero ¿qué hace­mos?”. No fue has­ta des­pués de 40 años de inves­ti­ga­ción que ten­go la impre­sión de haber com­pren­di­do el pro­ble­ma. Como dijo Ivan Illich en sus crí­ti­cas a la socie­dad, pasé la tota­li­dad de mi vida tra­tan­do de enten­der estas mate­rias, tra­ba­jan­do sobre la natu­ra­le­za de la cues­tión. ¿Cómo lle­ga­mos a dónde esta­mos y de dónde veni­mos?, es una parte del problema.

Pocas fue­ron las per­so­nas, hace algu­nos años, que cues­tio­na­ron la idea de que el desar­rol­lo de la agri­cul­tu­ra consti­tuía la “revo­lu­ción huma­na más impor­tante”. En efec­to, los his­to­ria­dores por lo gene­ral han vin­cu­la­do la emer­gen­cia de la agri­cul­tu­ra a la posi­bi­li­dad mis­ma de una civi­li­za­ción, que no puede exis­tir sin este sos­te­ni­mien­to, porque para tener ciu­dades, se nece­si­ta que haya una cier­ta den­si­dad de pobla­ción. Durante dos siglos los his­to­ria­dores ser­vil­mente repi­tie­ron e impu­sie­ron al públi­co esta ideo­logía del pro­gre­so, las mis­mas ideas sobre la alfa­be­ti­za­ción, el espí­ri­tu de inven­ción, la segu­ri­dad frente a las nece­si­dades y los peli­gros natu­rales, los pasa­tiem­pos, el gran arte, la orga­ni­za­ción polí­ti­ca, la salud y así segui­da­mente a tra­vés una can­ti­ne­la muy oída sobre lo que son las bue­nas cosas. La rea­li­dad es lo contra­rio. A nivel del indi­vi­duo, la cali­dad de vida huma­na comenzó a dete­rio­rarse con la domes­ti­ca­ción de las plan­tas y los ani­males. Con la trans­for­ma­ción de gru­pos huma­nos pri­mi­ti­vos en esta­dos, pasa­mos del homi­ci­dio a la guer­ra, del ase­si­na­to al geno­ci­dio, de la esca­sez fami­liar al hambre, de la diver­si­dad bajo todas sus for­mas a la homo­ge­nei­dad, de la enfer­me­dad, como fal­la orgá­ni­ca indi­vi­dual o alcance de pará­si­tos, a epi­de­mias de masa mor­tales, de un poder cen­tra­do sobre el gru­po o un conse­jo a una jerar­quía de impe­rios, de una locu­ra oca­sio­nal a una alie­na­ción men­tal de grupo.

Pero desde lue­go, no pode­mos creer esto. La ideo­logía del pro­gre­so y la difi­cul­tad redo­bla­da frente a las catás­trofes indus­triales nos com­pro­me­ten no sólo con res­pec­to a lo que que­re­mos conse­guir sino tam­bién a lo que recha­za­mos. La cues­tión es una, esta no solo toca el humor y la emo­ción gene­ral sino tam­bién a la filo­sofía y a la reli­gión. Impli­ca cam­bios histó­ri­cos en los mode­los de orga­ni­za­ción y de los meca­nis­mos, nue­vas inter­ro­ga­ciones sobre la esen­cia de la divi­ni­dad y del espí­ri­tu, el signi­fi­ca­do y el sen­ti­do de la vida, sobre lo que quiere decir ser un huma­no. Si la filo­sofía guía la acción, entonces son los resul­ta­dos los que hacen a la filo­sofía. No pode­mos acu­sar a nues­tras ideas concer­nien­do a nues­tras acciones, pero tam­po­co pode­mos ignorarlas.

Mi pun­to de vis­ta sobre todo esto es, que una eco­nomía ele­men­tal es gene­ra­do­ra de valores. Antes de la agri­cul­tu­ra, solo existía una sola eco­nomía. A pesar del hecho que la opi­nión públi­ca, prin­ci­pal­mente del siglo XX, pensó lo contra­rio, pode­mos esta­ble­cer gene­ra­li­dades sobre este pri­ma­rio esti­lo de vida, sobre sus creen­cias y cultu­ras. Cuan­do los huma­nos empe­za­ron a culti­var plan­tas, pasan­do de un mun­do de plan­tas sil­vestres a uno de plan­tas anuales, crea­ron un nue­vo modo de per­cep­ción de la rea­li­dad, un sen­ti­do dife­rente de la tem­po­ra­li­dad. Por ejem­plo, una eco­nomía basa­da en las plan­tas anuales tiene una pers­pec­ti­va impu­ta­da del futu­ro. Botá­ni­ca­mente, el mode­lo está cen­tra­do sobre plan­tas resis­tentes de cre­ci­mien­to rápi­do y de cor­ta dura­ción de vida, consu­mi­do­ras de sue­lo, y no recons­ti­tuyentes, depen­dientes de cam­pos crea­dos por el hombre. Esta eco­nomía fun­cio­na sobre la inter­rup­ción y la uni­for­mi­dad más que sobre la diver­si­dad. De la mis­ma mane­ra, los ani­males domés­ti­cos son una fau­na defor­ma­da con ras­gos exa­ge­ra­dos (can­ti­dad pro­du­ci­da de leche y capa­ci­dad a tirar del ara­do), de exi­gen­cias sociales y físi­cas redu­ci­das, de inte­li­gen­cia mini­mi­za­da, vul­ne­rables a las enfer­me­dades epi­dé­mi­cas y psi­co­pa­toló­gi­cas. Ineluc­ta­ble­mente esto les lle­va a su infan­ti­li­za­ción. Los huma­nos reem­pla­zan su entor­no de diver­si­dad sal­vaje y de madu­ra­ción, eli­mi­nan una rica y mis­te­rio­sa alte­ri­dad, y sus­ti­tuyen a esas redes vitales por una bio­ta (NdT ; conjun­to de seres vivos de una región) de un núme­ro limi­ta­do de espe­cies, que depen­den de ellos para su existencia.

¿Hay cabi­da para la sor­pre­sa de que haya­mos podi­do lle­gar a pen­sar del mun­do natu­ral como sien­do algo infe­rior, porque ha sido crea­do por una divi­ni­dad a la ima­gen del hombre, por un ene­mi­go de nues­tros inter­eses civi­li­za­dos ? ¿Qué es lo que puede hacer la reli­gión en cir­cuns­tan­cias de este orden excep­to de inven­tar un Dios crea­dor, poner el mal en lo sal­vaje, reser­varles el alma solo a los huma­nos y loca­li­zar el paraí­so en algún lugar en otra parte ? ¿Qué puede hacer la filo­sofía si no es aban­do­nar la tota­li­dad del mun­do natu­ral y man­te­nerse obse­sio­na­da por las solas crí­ti­cas éti­cas inter-huma­nas o por nues­tras obli­ga­ciones para con sus dioses ? No más “natu­ra­le­za”, sino un jue­go aza­ro­so de fuer­zas, ¿en qué es mejor darle pre­fe­ren­cia a un mun­do mate­ma­ti­za­do, abs­trac­to y alfabetizado ?

Con la gran cer­te­za agrí­co­la el mun­do civi­li­za­do pre­fiere la ago­biante incer­ti­dumbre. ¿Irán a ger­mi­nar las semillas ? ¿Será el tiem­po pro­pi­cio o una enfer­me­dad irá a devas­tar las plan­tas ? ¿Una inun­da­ción irá a bar­rer con todo ? ¿Sere­mos capaces de adap­tar nues­tro tra­ba­jo para el labra­do, la siem­bra, el deshierbe, el culti­vo, la fer­ti­li­za­ción, la cose­cha, la entra­da de los pro­duc­tos, la pues­ta en nego­cio y la dis­tri­bu­ción – o este tra­ba­jo de fuer­za será devas­ta­do por la guer­ra o des­trui­do por enfer­me­dades conta­gio­sas ? ¿Los ene­mi­gos de nue­vo que­marán los cam­pos ? En nues­tra eco­nomía de “cami­na o per­ece” de toda agri­cul­tu­ra (a excep­ción quizá, de su “jardín” late­ral), la natu­ra­le­za en los malos años parece reu­sarse (como una madre cruel) a lo que el gran­je­ro pien­sa tener dere­cho. O, a la inver­sa, la tier­ra (como una bue­na madre) ali­men­ta a la gente tan­to como él lo espe­ra­ba. Esta ana­logía ¿No impli­ca la infan­ti­li­za­ción del pen­sa­mien­to humano ?

La visión del mun­do de los pri­me­ros cam­pe­si­nos esta­ba cen­tra­da en la fecun­di­dad de la tier­ra. La semilla era aná­lo­ga al semen, la llu­via o el sol a la pater­ni­dad, la tier­ra al úte­ro, la siem­bra a la fecun­di­za­ción, el culti­vo a la ges­ta­ción. Estas ideas mar­ca­ron un aban­do­no de la epi­fanía ante­rior de plan­tas y los ani­males sal­vajes, ponién­do­nos en una vía que conducía a la dei­fi­ca­ción de la figu­ra huma­na. La tran­si­ción refle­ja­ba la idea de que el poder sagra­do era ejer­ci­do por un ser con carac­terís­ti­cas huma­nas que se rego­ci­ja­ba de su poder y rendía home­naje a sus pro­pias facul­tades, en un modo y gra­do que los ani­males sagra­dos no tenían. Es debi­do al hecho de la asi­mi­la­ción de la madre a la tier­ra repro­duc­to­ra, que las pri­me­ras divi­ni­dades escul­pi­das fue­ron pro­ba­ble­mente femeninas.

No obs­tante existe una cua­li­dad bien­he­cho­ra en la agri­cul­tu­ra de sub­sis­ten­cia que nos atrae siempre, un gus­to por la pro­tec­ción, por lo ali­men­ti­cio que de cier­ta for­ma parece aso­cia­do a la no-vio­len­cia y que seduce la parte feme­ni­na y pro­tec­to­ra que hay en todos noso­tros. ¿Cómo pode­mos expli­car el mie­do y el odio del mun­do natu­ral a la luz de este sen­ti­mien­to que expe­ri­men­ta­mos para con el sue­lo y su culti­va­ción ? La respues­ta la contiene en parte el hecho que somos víc­ti­mas de la fic­ción del “gran­je­ri­to pro­pie­ta­rio feliz”. Aún más impor­tante, el aspec­to guar­da­dor de ani­males de la agri­cul­tu­ra fue la fuente de la mas­cu­li­ni­za­ción, que histó­ri­ca­mente atri­buye ese tono patriar­cal a nues­tra cultu­ra occi­den­tal. Pas­to­rear supone estar menos concer­ni­do por la fer­ti­li­dad y el cui­da­do acor­da­do a la tier­ra debi­do a la pose­sión de gana­do, por el control de los recur­sos y el hecho de estar confron­ta­do a ince­santes suje­tos de exas­pe­ra­ción y conflic­tos. El dios domi­nante macho es pro­duc­to de esta cos­mo­logía pas­to­ral y este vence a la dio­sa, al igual que los pas­tores nóma­das se sepa­ra­ron de la gente seden­ta­ria cada vez más durante los 6.000 años que siguie­ron a la domes­ti­ca­ción del cabal­lo y la lama. A cabal­lo, los pas­tores consti­tuye­ron la pri­me­ra cabal­lería, estos pro­fe­sio­nales for­ma­ron el ele­men­to úni­co del cual carecían los anti­guos esta­dos agrí­co­las. A par­tir del momen­to en que esos conquis­ta­dores trans­for­ma­ron la socie­dad seden­ta­ria, no exis­tió más para ellos un aspec­to malo o bue­no de lo feme­ni­no sino una sepa­ra­ción esqui­zoide de la mujer, ya sea en madre o en pros­ti­tu­ta, una ambi­va­len­cia impul­sa­da por un agi­ta­do sen­ti­do de la celeste vir­gi­ni­dad feme­ni­na, el honor macho y la ven­gan­za. Las for­mas moder­nas de esta “pas­to­ra­li­dad” son las cor­po­ra­ciones y las polí­ti­cas de poder, tra­di­cio­nal­mente del domi­nio mas­cu­li­no y donde la tier­ra y la mujer son redu­ci­das a obje­tos de pose­sión o propiedad.

Cier­tos antropó­lo­gos han esta­do pres­tos para obser­var que las “guer­ras de géne­ro” se pro­du­cen en todas las socie­dades, pero en rea­li­dad la mayoría de los gru­pos de caza­dores-reco­lec­tores ofre­cen pocos ejem­plos pro­pia­mente dicho de subor­di­na­ción de las mujeres, y el suje­to es a menu­do toma­do con humor. Conse­jos incluyen­do el conjun­to de la pobla­ción no son inusuales. “El géne­ro verná­cu­lo” es la regla, lo que quiere decir, que hay tareas para cada uno de los dife­rentes sexos, pero no pro­hi­bi­ciones. Las guer­ras moder­nas de géne­ro son dife­rentes porque el pas­to­ra­lis­mo siguió una vía dife­rente para ven­cer a la dio­sa y ele­var a los hombres al ran­go de dioses, y, por esta vía de conse­cuen­cia, subor­di­nar las mujeres a los hombres.

Este giro del espí­ri­tu “inventó” los sacri­fi­cios rituales, que son una ten­ta­ti­va para apa­ci­guar u obte­ner favores de los poderes sagra­dos por medio de ofren­das, por nego­cia­ciones con un poder arbi­tra­rio de tipo “real”. Lo que había sido par­ti­ci­pa­ción entre for­ra­je­ros se trans­formó en mani­pu­la­ción. El jue­go cós­mi­co cam­bio, pasan­do del azar a la estra­te­gia, de un esta­do de gra­cia frente a la gene­ro­si­dad de la natu­ra­le­za a un trueque, de un rega­lo sacra­men­tal a un bene­fi­cio negociado.

Cla­ra­mente, la “nue­va” rela­ción con la natu­ra­le­za (que cor­res­ponde a una tri­cen­té­si­ma parte del tiem­po huma­no desde el comien­zo del Pleis­to­ce­no) desem­bocó en la nece­si­dad del control. La idea de tener el control sobre el cuer­po, las pla­gas, los pre­da­dores, las plan­tas, los ani­males “per­ju­di­ciales” y los micro-cli­mas, nos es fami­liar pero es rela­ti­va­mente nue­va para el espí­ri­tu huma­no y puede condu­cir a la ebrie­dad del poder. Si los gran­je­ros son capaces de eli­mi­nar a sus concur­rentes, sean coleóp­te­ros, hon­gos, pája­ros o cier­vos, y los pas­tores gana­de­ros tuvie­ran el dere­cho de matar a los leones y lobos, se verán incli­na­dos a hacer­lo. Las cosas sal­vajes ocu­pan desde entonces el rol de adver­sa­rios ; ocu­pan espa­cio, luz solar o agua, que los gran­je­ros pue­den uti­li­zar para sus cose­chas, o las inva­den, se las comen, las asfixian o las conta­mi­nan con enfer­me­dades. Desde que la gente comenzó a matar a los lobos para pro­te­ger a sus ove­jas y a aplas­tar a los sal­ta­montes (“lan­go­stas”) para pro­te­ger los culti­vos, la natu­ra­le­za se vol­vió un opo­nente y las for­mas sal­vajes en ene­mi­gos de todo aquel­lo que esta­ba en cau­ti­ve­rio, de la mis­ma for­ma que en una guer­ra entre dos arma­das ene­mi­gas. El domi­nio del poder es un conti­nuum, exten­dién­dose del control de la gente al control de todos los demás : donde la úni­ca alter­na­ti­va es la ren­di­ción o la domi­na­ción.

Cita de 'El unico y su propiedad' de Max Stirner

Es muy difí­cil para noso­tros, ale­ja­dos por tan­tas gene­ra­ciones de nues­tros ante­pa­sa­dos caza­dores-reco­lec­tores, de no proyec­tar sobre ellos este mie­do a la natu­ra­le­za. Si la natu­ra­le­za sal­vaje nos parece una ame­na­za, pen­sa­mos, cuán peor debía ser la situa­ción de esas per­so­nas pri­mi­ti­vas que no tenían habi­ta­ción (edi­fi­cios), fusiles o pro­duc­tos quí­mi­cos, quienes “debían” pasar la mayor parte de su vida, tem­blan­do de mie­do en sus cue­vas. Pero las evi­den­cias indi­can lo contra­rio. La pro­tec­ción por magia negra, el vudú contra el mal, inclu­so las últi­mas for­mas de pro­tec­ción chamá­ni­ca contra los demo­nios y los sacri­fi­cios rituales, son carac­terís­ti­cas de los agri­cul­tores y a los pas­tores, no de los cazadores-recolectores.

Otro aspec­to de esta men­ta­li­dad es el pos­tu­la­do del “bien-limi­ta­do”. Esta es una mane­ra de enten­der el mun­do exis­tente como insu­fi­ciente para los deseos o las nece­si­dades de la gente. La ame­na­za constante de la penu­ria, fun­da­men­tal para las eco­nomías moder­nas, apa­re­ció en la épo­ca de la agri­cul­tu­ra. Esta no es esen­cial a la condi­ción huma­na. Per­io­dos de ham­bru­na pudie­ron pro­du­cirse entre los pue­blos pri­ma­rios, como ocurre oca­sio­nal­mente entre todas las espe­cies, pero en gene­ral los gru­pos pequeños, la flexi­bi­li­dad ecoló­gi­ca y la rique­za de la tier­ra favo­re­cie­ron la esta­bi­li­dad entre los gru­pos pri­mi­ti­vos. Cultu­ral­mente hemos here­da­do una inca­pa­ci­dad de ver que la raíz de nues­tros pro­ble­mas, es la sobre­po­bla­ción, direc­ta­mente en razón de insu­fi­cien­cias de todo tipo, y tam­bién de sus reper­cu­siones que toman las for­mas de un caos social : la tiranía, las pequeñas guer­ras por doquier, des­po­jo, ais­la­mien­to, los ser­vi­cios huma­nos, el ter­ro­ris­mo y la pobreza.

A pesar de la insis­ten­cia de algu­nos (as) femi­nis­tas, traer de vuel­ta a la dio­sa del Neolí­ti­co no es la solu­ción a nues­tros pro­ble­mas actuales. Cier­to, nece­si­ta­mos de his­to­rias y de repre­sen­ta­ciones, de pues­tas en obra, de mitos y rituales nue­vos. Solo en la medi­da que estos repre­sen­ten para noso­tros for­mas de comu­ni­ca­ción esen­ciales sobre lo que cree­mos más pro­fun­da­mente, sus vera­ci­dades y poderes depen­derán de las más ínti­mas convic­ciones, que cre­cen a par­tir del ins­tin­to o de las inhe­rentes fuentes psicó­ge­nas que pro­vie­nen de los eti­los de vida. Es por eso que los esfuer­zos del “New Age” de comen­zar con ritos y dar nue­va vida a vie­jos mitos tri­bales no fun­cio­na­ron para cam­biar nues­tras acti­tudes para con la tier­ra. Bien pode­mos bai­lar alre­de­dor de la Fes­ti­vi­dad de los Mayos has­ta que las vacas vuel­van a casa, pero esto no nos hará reco­brar el sen­ti­do del ciclo de las esta­ciones, el cual sola­mente podrá rege­ne­rarse en nues­tro pro­pio contex­to y entorno.

“Cuando mis hijos tienen hambre, tan solo tengo que internarme en la selva y les encuentro comida” Picari Awá. Podrías pensar que un ritual que se celebra en la selva en una noche de luna llena es algo siniestro. No así el viaje de los awás al reino de los espíritus de la selva: en su caso, se trata de una ocasión familiar.
“Cuan­do mis hijos tie­nen hambre, tan solo ten­go que inter­narme en la sel­va y les encuen­tro comi­da” Pica­ri Awá.

El mito que encar­na a nues­tras creen­cias actuales es el mito de la his­to­ria. Los even­tos histó­ri­cos no son el mito de la his­to­ria, son sim­ple­mente sus datos. El rela­to – el mito – de la his­to­ria es que el cam­bio y el tiem­po son inex­tri­ca­ble­mente lineares. Crea­do y pues­to en movi­mien­to por una volun­tad exte­rior, el mun­do continúa has­ta su fin, como lo dice Buck­mins­ter Ful­ler, “Utopía u olvi­do”. Esta his­to­ria del “arte­sa­no” o “escul­tor del uni­ver­so” nie­ga el carác­ter de auto-crea­ción de los sis­te­mas pla­ne­ta­rios y de la vida en su sen­ti­do más crea­ti­vo. Es una decla­ra­ción de inde­pen­den­cia res­pec­to al pasa­do leja­no (pre­his­to­ria) y sus pue­blos, de las tri­bus pri­mi­ti­vas de hoy o de nues­tros ances­tros muer­tos hace mucho tiem­po atrás. La his­to­ria nie­ga que la tier­ra sea nues­tra ver­da­de­ra casa y mira a las for­mas de vida no-huma­na como secun­da­rias para el des­ti­no humano.

Ndt : « La historia, que se distingue de la prehistoria, y que corresponde a la era temporal de las civilizaciones humanas que los diferentes programas de educación nacionales enseñan a los estudiantes de sus naciones respectivas, es, en resumen, un largo recital de guerras y luchas, conflictos, combates, batallas y disputas entre los diferentes grupos civilizados y/o de los grupos civilizados contra otros grupos de humanos ‘salvajes/barbaros’. Retomando las palabras de Philip Slater : « la historia […] es en su gran mayoría, aún hoy, un relato de vicisitudes, de relaciones y desequilibrios creados por aquellos que están ávidos de riqueza, poder y fama ». Aunque este periodo sea relativamente breve comparado con la duración de la existencia del ser humano, este es considerado y tratado como el más interesante y significativo para las autoridades culturales de nuestro tiempo, y presentado como tal a las poblaciones de Estados-Nación modernos » (cf. La nuisance fataliste (l’exemple de Vincent Mignerot)).

Para la his­to­ria la alter­na­ti­va a ella mis­ma es estar en el “corazón de las tinie­blas”. La nove­la de Joseph Conrad rela­ta una ater­ra­do­ra aven­tu­ra a tra­vés de la idea de la his­to­ria del alma pri­mi­ti­va, dán­dole por mar­co geo­grá­fi­co la sel­va tro­pi­cal, donde el macho, racio­nal, de men­ta­li­dad empre­sa­rial, se confron­ta con sal­vajes bru­tales que la per­so­ni­fi­can con sus más ínti­mas emo­ciones e impul­sos más ínti­mos – sus ins­tin­tos. El mie­do del ‘yo sal­vaje’ ha sido apoya­do por Sig­mund Freud con la noción poco opor­tu­na de bes­tias agre­si­vas y des­truc­to­ras vivien­do en el sal­va­jis­mo del incons­ciente : un lugar incon­ve­niente para la per­so­na civi­li­za­da. Sin embar­go no somos felices en nues­tra situa­ción actual. ¿Pudiese ser que esas bes­tias sean ter­ribles no por su natu­ra­le­za sino porque estén repri­mi­das (contro­la­das, domi­na­das)? Nues­tro sen­ti­do espontá­neo de inter­co­nexión con la vida no-huma­na (en sí mis­ma posi­ti­va más bien que temible) debería hacer­nos sen­tir en casa sobre la tier­ra. El pro­ble­ma es quizá aún más difí­cil de enten­der que de resol­ver. Un viaje por deba­jo del bar­niz de la civi­li­za­ción no reve­laría al bár­ba­ro en noso­tros sino nues­tro (“román­ti­co”) recuer­do de un naci­mien­to magní­fi­co, rodea­do de un entor­no rico en plan­tas y ani­males, donde la comi­da que reci­bi­mos es un rega­lo más que un resul­ta­do de nues­tro tra­ba­jo. El huma­no común en noso­tros sabe cómo enseñar a bai­lar a los ani­males, conoce la fuer­za que es el per­te­ne­cer a un clan y la pro­fun­da afir­ma­ción y libe­ra­ción pro­cu­ra­das por rituales coti­dia­nos de acción de gra­cias. Ocul­ta­da por la his­to­ria, esta per­so­na secre­ta quedó intac­ta en cada uno de noso­tros y puede ser des­per­ta­da de aho­ra en ade­lante en los actos más ordi­na­rios de la vida.

Paul Shepard

 

Paul_Shepard_portrrait« Paul Howe She­pard (1928–1996), fue un bió­lo­go, eco­lo­gis­ta, pro­fe­sor, filo­so­fo y ensayis­ta esta­dou­ni­dense mejor cono­ci­do por intro­du­cir el “para­dig­ma del pleis­to­ce­no” (“pleis­to­cene para­digm”) a la eco­logía pro­fun­da. Ofrece una crí­ti­ca de la sedentarización/civilización y explo­ra las conexiones entre domes­ti­ca­ción, len­guaje y cogni­ción. Basa­do en su tem­pra­no estu­dio de la lite­ra­tu­ra etno­grá­fi­ca moder­na exa­mi­nan­do a los pue­blos basa­dos en la natu­ra­le­za, She­pard creó un mode­lo de desar­rol­lo para enten­der el rol del contac­to per­ma­nente con la natu­ra­le­za en el desar­rol­lo psi­coló­gi­co huma­no salu­dable, dado que los huma­nos, habien­do vivi­do el 99.9% de su his­to­ria social en rela­ciones de caza­dores-reco­lec­tores, por lo tan­to depen­den evo­lu­ti­va­mente de la natu­ra­le­za para un sano cre­ci­mien­to y desar­rol­lo emo­cio­nal y psi­coló­gi­co. Recur­rien­do a la neo­te­nia, She­pard pos­tuló que los huma­nos de las socie­dades post-agrí­co­las están a menu­do no com­ple­ta­mente madu­ros, sino atra­pa­dos en un infan­ti­lis­mo o un esta­do de ado­les­cen­cia. Los libros de She­pard se convir­tie­ron en refe­ren­cias entre los eco­lo­gis­tas y ayu­da­ron a cimen­tar el cami­no de la ecop­si­co­logía  y el pen­sa­mien­to pri­mi­ti­vis­ta moder­no con el ele­men­to esen­cial de que la “civi­li­za­ción” en si mis­ma va en contra de la natu­ra­le­za huma­na – que como elo­cuen­te­mente seña­la She­pard, esta es una concien­cia mol­dea­da por nues­tra evo­lu­ción y entor­no. Sus libros más influyentes son “The Ten­der Car­ni­vore and the Sacred Game”, “Nature and Mad­ness”, “Coming Home to the Pleis­to­cene”, “Where we Belong” y otros. »[…] 

[…] Con res­pec­to a « The Only World We’ve Got » este es una anto­logía de su obra (que él mis­mo reco­piló poco antes de su muerte) que abor­da temas expues­tos en algu­nos de sus libros, temas que tra­tan de una u otra for­ma sobre las conse­cuen­cias desas­tro­sas de la sepa­ra­ción cre­ciente de la espe­cie huma­na del mun­do natu­ral, un sub­pro­duc­to « de la inso­len­cia ecoló­gi­ca del siglo pasa­do. » En su opi­nión, el mun­do natu­ral — y en par­ti­cu­lar el mun­do ani­mal — es la fuente de la inte­li­gen­cia huma­na y de la ima­gi­na­ción. She­pard exa­mi­na, por ejem­plo, la antigüe­dad del ojo huma­no, un órga­no esen­cial a la revo­lu­ción cognos­ci­ti­va que nos dis­tingue de otros pri­mates ; los orí­genes de la len­gua y lite­ra­tu­ra en la imi­ta­ción del can­to de las aves ; y las lec­ciones que muchas espe­cies ani­males pue­den enseñar­nos sobre noso­tros mis­mos. El autor nos sumerge en la ecop­si­co­logía, la ana­tomía, la his­to­ria, la lingüís­ti­ca, y una mul­ti­tud de otros temas para dar lugar a argu­men­tos sor­pren­den­te­mente originales »[…]


Traducción-Edición ; Santiago Perales
Revisión ; Liberto Fernández Capdevila

 

 

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