Una carta para el lobo (por Frédéric Wolff)

lobiluPubli­ca­da ori­gi­nal­mente en Fran­cés en el sitio de Fabrice Nico­li­no.


Mi her­ma­no sal­vaje, que­ri­do lobo

Escri­bir una car­ta al lobo. La idea me per­sigue desde hace un tiem­po. Como es fre­cuente, pos­puse un pri­mer bor­ra­dor torpe. Espe­ré. La actua­li­dad aca­baría por vol­ver hacia esta matan­za orga­ni­za­da. Otros temas retu­vie­ron la aten­ción de los grandes medios de comunicación.

Mien­tras tan­to, la car­ni­cería continúa. Jamás cesó. Sim­ple­mente, no se habla más de eso. Y aun cuan­do, algu­nos, algu­nas se atre­ven a rom­per el silen­cio, su pala­bra es inau­dible. El rui­do ambien­tal hace diver­sión. Una opor­tu­ni­dad para la máqui­na y para sus servidores.

Mien­tras tan­to, la len­ta agonía del mun­do pro­gre­sa. Los enve­ne­na­dos, los irra­dia­dos, los tor­tu­ra­dos por las ondas elec­tro­ma­gné­ti­cas, los ase­si­na­dos — huma­nos y no huma­nos — por el coche y de la guer­ra quí­mi­ca lle­va­da a nues­tras metró­po­lis y a nues­tro cam­pos, los mar­ti­rios de los cria­de­ros indus­triales, los cone­jillos de Indias de labo­ra­to­rios sacri­fi­ca­dos para inven­tar cos­mé­ti­cos y medi­ci­nas que nos intoxican …

Y los inde­seables. Todos los chi­vos expia­to­rios sobre quienes des­car­ga­mos nues­tros odios, todos los frá­giles, todos los que estor­ban a nues­tros nego­cios, grandes o pequeños, que impor­ta. Hay que erra­di­car, dejar el ter­re­no libre, ni una cabe­za debe sobre­pa­sar : ¡el huma­no pri­me­ro ! Exter­mi­nar, ani­qui­lar, masa­crar por todos los medios posibles. El ele­fante, el fla­men­co rosa, el oso, el lince, el tigre, el buitre, el zor­ro, el tejón, el topo, el tiburón … Y el lobo.

Una car­ta al lobo ¿para qué ? Para no desis­tir. Por una pala­bra que fra­ter­nice. Una car­ta a todos los lobos, a todas las lobas que somos, noso­tros a quienes ver­da­de­ra­mente nos impor­ta la liber­tad y la alte­ri­dad. Aquí la tienen.

 

Mi her­ma­no sal­vaje, que­ri­do lobo,

De nue­vo, esto comien­za de nue­vo, esto jamás cesó, esta locu­ra nues­tra de encon­trar­nos a un des­pre­cia­do cuan­do todo anda mal. De nue­vo, la jauría es desa­ta­da en contra de ti.

¿ Que va ser de ti, de noso­tros, si no hay más espa­cio para otros seme­jantes a noso­tros ? Porque es de eso de lo que se tra­ta : de la vida que toma­mos de un seme­jante y de un alma aho­ga­da que es la nues­tra, bajo cuya som­bra nada más crece, una alma en agonía, inca­paz de amar ver­da­de­ra­mente a pesar de lo que pro­cla­ma. ¿ Aco­ger al otro, el dife­rente ? ¿ Rei­vin­di­car el gran repar­to ? Todo eso no son más que mentiras.

No eres tú quien está de más, mi lobo, somos noso­tros y nues­tro comer­cio de todo, noso­tros y nues­tra arro­gan­cia a eli­mi­nar lo que moles­ta por poco que sean nues­tros capri­chos de dine­ro y de frivolidad.

Si hubie­ra que esco­ger, quien de tú o de noso­tros, debie­ra morir de vergüen­za y de indi­gni­dad, sin la som­bra de una vaci­la­ción, noso­tros sería­mos los pri­me­ros sobre la lis­ta, muy lejos por delante, noso­tros los auto­pro­cla­ma­dos seres de cien­cia y de sabiduría .

Pero ahí tienes, somos noso­tros, todavía somos noso­tros quienes decre­ta­mos quién tiene su sitio y quién no lo tiene sobre la tier­ra, quién debe some­terse o per­ecer. Y tú, tu te nie­gas a ren­dirte y es eso lo que no sopor­ta­mos : lo que esca­pa de nues­tra sufi­cien­cia. No hay más des­co­no­ci­do que tú para nues­tras cade­nas, si no el vien­to, posi­ble­mente. Inclu­so heri­do, tu serás el que no desarme, antes morir. De pie antes que cual­quier cosa, lo estarás siempre, aun mutilado.

En el gran jue­go de las equi­va­len­cias, sobre todo, no te dejes atra­par, mi her­ma­no sal­vaje. Es una tram­pa que se cer­raría sobre ti y sobre los tuyos. ¿ Por qué podría­mos com­pen­sarte, maña­na, si aca­bas por desa­pa­re­cer ? ¿Por quién ? ¿ Por una reser­va dónde ire­mos a encer­rar a los últi­mos ele­fantes de Áfri­ca ? ¿ Qué es lo que podrá conso­lar­nos de tu perdedida ?

El lobo mar­su­pial o tila­ci­no (Thy­la­ci­nus cyno­ce­pha­lus), tam­bién cono­ci­do como lobo de Tas­ma­nia, tigre de Tas­ma­nia y tilacín es un mamí­fe­ro mar­su­pial carní­vo­ro de la tal­la de un lobo, al pelaje ati­gra­do. Desde el 1936, la espe­cie está consi­de­ra­da como extin­ta. Atri­bui­mos su desa­pa­ri­ción de la Tas­ma­nia a su caza inten­si­va impul­sa­da por las pri­mas de der­ri­bo, pero es debi­da tam­bién a la intro­duc­ción de los per­ros y al arrai­ga­mien­to de los colo­nos en su medio natural.

 

Ten­go tro­zos de mí en todas las vidas inde­seables, si tu supie­ras. En mí, hay un lobo per­di­do en un mun­do donde sólo tiene valor el comer­cio de los seres y de las cosas . Para decír­te­lo todo, no estoy segu­ro de tener ganas de vivir por mucho tiem­po en este mun­do. Cada vez más me ale­jo de él como él se ale­ja de mí y si debo rena­cer un día, mi deseo más pre­cia­do sería el ser de los tuyos. ¿ Mi nombre podría ser el pri­mer paso hacia ese destino ?

Mi lobo, por favor, enseñame a que­darme de pie y a no dejar de aul­lar con los últi­mos de los tuyos. Dime cómo ponerme en mar­cha con los pri­me­ros can­tos de aves, mués­trame cómo mor­der si es nece­sa­rio. Dame la fuer­za, hacen fal­ta tan­tas fuer­zas para resis­tir en nues­tras vidas y en el mun­do. Fuer­zas y valores, no hablo de aquel­los de los que se les saca una ganan­cia cual­quie­ra para sus cuen­tas al final del mes o para su ima­gen. Pien­so en aquel­lo que le da un sen­ti­do a nues­tra común pre­sen­cia sobre la tier­ra, pien­so en los límites infran­queables que nos fija­mos, a los deberes que nos impo­ne­mos. Y en lo sagra­do que reside en la vida, en todo lo que esca­pa a la mer­cancía. Oh cuan lejos esta­mos de ello.

Nues­tras vidas — la tuya, las nues­tras — son una sola y mis­ma vida. Los guer­re­ros de lo viviente de hoy serán maña­na los guer­re­ros de si mis­mos. Ya lo son. Los que moles­tan la mar­cha de nues­tros nego­cios, es el otro y un día, el otro, somos noso­tros, noso­tros quienes tirá­ba­mos a matar ayer, noso­tros que per­mitía­mos sin decir nada.

Si este mun­do puede ser sal­va­do, es conti­go que lo será, conti­go vivo. La nieve dónde corres, los árboles sobre los que velas no nos per­te­ne­cen, no más de lo que per­te­ne­cen al vien­to o a la llu­via. Nues­tros títu­los de pro­pie­dad son sólo unas fal­se­dades en escri­tu­ra, no podrán hacer nada contra lo que es más fuerte que nosotros.

¿ Cómo nues­tras vidas no serían devas­ta­das mien­tras que el mun­do es saquea­do por todo lo que no tene­mos vergüen­za de lla­mar « nues­tras proe­zas » ? Lo que deja­mos de vivir — la tier­ra, nues­tras exis­ten­cias, nues­tra palabra‑, lo per­de­mos, y en el cami­no, nos perdemos.

Mi her­ma­no, mi ami­go, mar­cho por los pasos de tu noche. Me gus­taría escri­birte que por fin aca­ba­mos la guer­ra contra la vida, que el huma­no no es más el cen­tro de todo, como la tier­ra no lo es del uni­ver­so. Pero no com­pren­di­mos nada, nos que­da­mos en la edad del ombli­go entor­no al cual todo debe girar, y de esta for­ma nos vamos a expan­dir nues­tro impe­rio, a ali­men­tar­lo de sangre ver­ti­da por otros en nues­tro lugar, al mis­mo tiem­po que pro­cla­man­do con acen­tos filán­tro­pos : ¡ el huma­no primero !

Aquí, las últi­mas hojas de los árboles caye­ron. Todo parece des­po­bla­do aho­ra. El vien­to sopla por los pos­ti­gos, me parece que por­ta tu voz, a la hora de los fusiles apun­tan­do hacia ti, tu voz como blan­co y aún más. Es invier­no y ten­go frío. Pien­so en ti, mi lobo sal­vaje. No desis­tas, nunca.

Fré­dé­ric Wolff


Tra­duc­ción-Edi­ción ; San­tia­go Per­ales Meraz.

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