Nuevas exploraciones, nuevos mundos : El preludio medieval (por Lewis Mumford)

Este es un extracto del "Capitulo 1 : Nuevas exploraciones, nuevos mundos" del excelente libro "El pentágono del poder" , segundo y último volumen de  "El mito de la máquina" . "Mumford ofrece una explicación histórica completa de las irracionalidades y las devastaciones que han socavado las grandes conquistas de todas las civilizaciones. Y demuestra cómo los imperativos cuantitativos de la técnica moderna —velocidad, producción en masa, automoción, comunicación instantánea y control remoto— han acarreado inevitablemente la contaminación, los deshechos, las perturbaciones ecológicas y el exterminio de seres humanos en una escala inconcebible con anterioridad".

El preludio medieval

[…] Desde lue­go, la ima­gen que tenían los cosmó­gra­fos grie­gos de la tier­ra como un glo­bo ya era cono­ci­da, cuan­do no acep­ta­da de for­ma gene­ral, antes del siglo xv ; y es elo­cuente que el mode­lo abs­trac­to del nue­vo mun­do mecá­ni­co se repre­sen­ta­ra en líneas de lati­tud y lon­gi­tud en mapas del mis­mo siglo, mucho antes de 1492. Los pin­tores del Rena­ci­mien­to, una cen­tu­ria antes de Des­cartes, habían empe­za­do a contem­plar el mun­do a tra­vés de un conjun­to de coor­de­na­das pre­car­te­sia­nas, tra­zan­do con pre­ci­sión en el lien­zo la rela­ción entre obje­tos cer­ca­nos y leja­nos ; una rela­ción que venía defi­ni­da por pla­nos que se ale­jan en el espacio.

Por su parte, Colón, aunque no fue ni mucho menos un líder inte­lec­tual, domi­na­ba los medios cientí­fi­cos sufi­cientes para conce­bir seme­jante viaje y ase­gu­rar su regre­so mediante el astro- labio, la brú­ju­la magné­ti­ca y las car­tas de nave­ga­ción de la épo­ca ; medios que le otor­ga­ron la confian­za nece­sa­ria para iniciar una tra­vesía ardua y man­te­ner el rum­bo ante una tri­pu­la­ción rece­lo­sa. Así, mucho antes de los cam­bios en la indus­tria que acar­rearían el carbón y el hier­ro, la máqui­na de vapor y el telar automá­ti­co, estos tem­pra­nos avances téc­ni­cos — que, al igual que la exten­sión en el uso de los moli­nos de vien­to y de agua, tuvie­ron su ori­gen en la Edad Media — ya habían cau­sa­do un cam­bio de mayor alcance en la mente huma­na. La reciente cos­tumbre de datar este cam­bio cultu­ral a par­tir del siglo XVII deno­ta pro­vin­cia­nis­mo y una ausen­cia de infor­ma­ción téc­ni­ca y de pers­pi­ca­cia por parte de los his­to­ria­dores. Nun­ca dejó de pro­du­cirse un inter­cam­bio per­sis­tente y fructí­fe­ro entre estos dos ámbi­tos desde el siglo XIII.

Nues­tra visión actual tan­to de los dos nue­vos mun­dos, el ter­restre y el mecá­ni­co, ha sufri­do las fan­ta­sio­sas fal­si­fi­ca­ciones de los líderes de la Ilus­tra­ción del siglo XVIII, con sus obtu­sos pre­jui­cios reli­gio­sos. Pen­sa­dores como Vol­taire y Dide­rot, que juz­ga­ron las ins­ti­tu­ciones medie­vales a par­tir de los deca­dentes ves­ti­gios de su tiem­po, daban por hecho que la Edad Media había sido un per­io­do de igno­ran­cia y super­sti­ción tenaz ; y, en su afán por der­ro­car la influen­cia de la Igle­sia esta­ble­ci­da, convir­tie­ron la Alta Edad Media, una de las grandes épo­cas de la cultu­ra euro­pea, en un rela­to de ter­ror neogó­ti­co, conven­ci­dos de que has­ta su pro­pia épo­ca no se había dado ningún pro­gre­so real. Esta obse­sión antigó­ti­ca derivó no sólo en una deva­lua­ción de los logros medie­vales, sino tam­bién en la des­truc­ción pura y simple de edi­fi­cios e ins­ti­tu­ciones que, de haber sido pre­ser­va­dos y reno­va­dos, podrían haber contri­bui­do a huma­ni­zar el sis­te­ma de poder que comen­za­ba a emer­ger entonces.

Hoy, cuan­do una com­pe­tente inves­ti­ga­ción de la Edad Media ha dis­per­sa­do estos pre­jui­cios, pode­mos apre­ciar que los cimien­tos de la Era de las Explo­ra­ciones pro­ce­den de una serie de hal­laz­gos téc­ni­cos que comen­za­ron en el siglo XIII, con la intro­duc­ción, desde Chi­na, de la brú­ju­la magné­ti­ca y la pól­vo­ra : de hecho, la socie­dad euro­pea hizo a par­tir del siglo X una espe­cie de ensayo gene­ral para el per­io­do veni­de­ro. El inicio fue la tala de bosques por parte de las órdenes monás­ti­cas y la fun­da­ción de los pri­me­ros asen­ta­mien­tos feu­dales y nue­vas ciu­dades en las fron­te­ras del sur y del este ; y los pri­me­ros colo­nos del Nue­vo Mun­do, lejos de iniciar una vida nue­va, lle­va­ron consi­go sus ins­ti­tu­ciones típi­ca­mente medie­vales, y siguie­ron con los mis­mos pro­ce­sos : inclu­so la cabaña de tron­cos « nor­tea­me­ri­ca­na » viene de Sue­cia. (Véase el capí­tu­lo « The Medie­val Tra­di­tion » de mi libro Sticks and Stones, 1924.)

En este sen­ti­do, las san­grien­tas incur­siones y conquis­tas de inva­sores del norte de Euro­pa, que fue­ron capaces de saquear Irlan­da e Ingla­ter­ra, apo­de­rarse de las islas Orea­das, colo­ni­zar Islan­dia, inva­dir Sici­lia, conquis­tar Nor­mandía y final­mente lle­gar has­ta Per­sia, supu­sie­ron la pri­me­ra olea­da de los pos­te­riores pro­ce­sos de conquis­ta y colo­ni­za­ción ; y esta­ble­cie­ron un mis­mo y san­gui­na­rio mode­lo de ter­ror y des­truc­ción. Del mis­mo modo, hay que contem­plar las suce­si­vas cru­za­das en Oriente Próxi­mo como las pri­me­ras mani­fes­ta­ciones del impe­ria­lis­mo occi­den­tal, que culmi­na­ron en la Cuar­ta Cru­za­da. Esta, sin el más míni­mo pre­tex­to pia­do­so o de defen­sa, se abrió paso para saquear y devas­tar el rei­no cris­tia­no de Bizan­cio. Asi­mis­mo, la explo­ra­ción por­tu­gue­sa del perí­me­tro de Áfri­ca, que empezó con el prín­cipe Enrique el Nave­gante (1444), creó otro pre­ce­dente inmo­ral, ya que a su regre­so tra­jo los pri­me­ros escla­vos negros, lo cual supu­so la resur­rec­ción de la escla­vi­tud, una ins­ti­tu­ción mori­bun­da, jun­to con la ser­vi­dumbre, en la Euro­pa feu­dal y urba­na ; y, a par­tir de ese momen­to, españoles, por­tu­gueses e ingleses expor­ta­ron esta prác­ti­ca inhu­ma­na al Nue­vo Mundo.

En cuan­to al mate­rial téc­ni­co que hizo posibles estas conquis­tas y expo­lios —arma­du­ras, bal­les­tas, mos­quetes y cañones —, conce­dió a los euro­peos sufi­ciente poder para impo­nerse a los aborí­genes, aún sien­do muy infe­riores en núme­ro. Sus armas más avan­za­das no sólo respal­da­ron sino que magni­fi­ca­ron su auda­cia desa­bri­da y su abso­lu­ta fal­ta de com­pa­sión. Es más, los cómo­dos éxi­tos obte­ni­dos de este modo refor­za­ron el nue­vo com­ple­jo de poder que esta­ba materializándose.

Si la explo­ra­ción del Nue­vo Mun­do no pro­du­jo nada com­pa­rable a las felices expec­ta­ti­vas que se habían alber­ga­do has­ta ese momen­to —ni siquie­ra en Nor­tea­mé­ri­ca, donde las condi­ciones eran más favo­rables— se debió a que los nue­vos colo­nos y conquis­ta­dores habían traí­do, entre sus refi­na­dos uten­si­lios y sus cos­tumbres bru­tales, dema­sia­das cosas del Vie­jo Mun­do. Lo sor­pren­dente es más bien que aquel sueño espe­ran­za­do haya podi­do per­vi­vir tan­to tiem­po, pues­to que todavía que­da algo de su brillo ori­gi­nal en el des­tel­lo que cie­ga los ojos de muchos contem­porá­neos nues­tros, que siguen per­si­guien­do las mis­mas fan­tasías arcai­cas y pla­nean­do viajes aún más remo­tos al espa­cio exte­rior. Los pro­fe­tas de la « era espa­cial » actual, que ase­gu­ran que la explo­ra­ción pla­ne­ta­ria es una fron­te­ra inago­table y que los astro­nau­tas son los pio­ne­ros del maña­na, proyec­tan un encan­to irreal tan­to sobre el pasa­do como, ante todo, sobre el futu­ro de tales esfuerzos.

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El col­mo de este pro­ce­so fue que la cre­ciente ven­ta de indul­gen­cias en el seno de la Igle­sia Cató­li­ca de Roma, que fran­qui­cia­ba la conce­sión de estas a ban­que­ros inter­na­cio­nales de acuer­do con los prin­ci­pios del capi­ta­lis­mo más puro, no hizo más que exten­der una prác­ti­ca que ya era un escán­da­lo en tiem­pos de Boc­cac­cio. De for­ma más fla­grante que cual­quier dis­cur­so, este sis­te­ma dela­ta­ba que desde ese momen­to ni en el cie­lo ni en la tier­ra habría nada que no pudie­ra com­prarse con dine­ro. Colón enun­ció esta creen­cia en unos tér­mi­nos que vin­cu­la­ban el bene­fi­cio econó­mi­co con el espi­ri­tual : « El oro es exce­lente, del oro se hace teso­ro, y con él, quien lo tiene hace cuan­to quiere en el mun­do, y lle­ga a que eche las áni­mas del Paraí­so ». No hace fal­ta subrayar este aserto.

Hubo una contra­dic­ción inter­na desde el prin­ci­pio en la acti­tud del hombre occi­den­tal hacia el Nue­vo Mun­do : no solo entre el sueño y la impu­ra rea­li­dad, sino entre el deseo de ampliar la influen­cia de la cris­tian­dad —some­ti­da al poder real— a leja­nas regiones del glo­bo y la hon­da insa­tis­fac­ción moti­va­da por esas mis­mas ins­ti­tu­ciones reli­gio­sas y reales en su pro­pia tier­ra, lo que abri­ga­ba la espe­ran­za de que, al fin, podría inten­tarse un nue­vo comien­zo en la otra pun­ta del planeta.

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Por un lado, los misio­ne­ros cris­tia­nos tra­ta­ban de conver­tir a los sal­vajes, a sangre y fue­go si hicie­ra fal­ta, al evan­ge­lio de la paz, la fra­ter­ni­dad y la dicha celes­tial ; por otro lado, almas más osa­das desea­ban erra­di­car las tra­di­ciones y cos­tumbres más opre­si­vas y comen­zar una nue­va vida, liman­do las dife­ren­cias de clase y eli­mi­nan­do los bienes super­fluos y el lujo, los pri­vi­le­gios y las dis­tin­ciones, así como las jerar­quías. En resu­men, vol­ver a la Edad de Pie­dra, antes del momen­to en que cris­ta­li­za­ron las ins­ti­tu­ciones de la civi­li­za­ción de la Edad de Bronce. Y si bien el hemis­fe­rio occi­den­tal esta­ba habi­ta­do, y muchas regiones esta­ban culti­va­das con des­tre­za, otras esta­ban tan esca­sa­mente pobla­das que el euro­peo no podía dejar de ver en ellas un conti­nente vir­gen con el cual habría de enfren­tarse viril­mente. Por una parte los inva­sores euro­peos pre­di­ca­ban a los idó­la­tras nati­vos el evan­ge­lio cris­tia­no, los per­vertían con licores y los obli­ga­ban a tapar con ropas su des­nu­dez y a tra­ba­jar en minas has­ta una muerte tem­pra­na ; por otra, el pro­pio pio­ne­ro asumía la vida del indio nor­tea­me­ri­ca­no, adop­ta­ba su ves­ti­men­ta de cue­ro y volvía a la anti­gua eco­nomía del Paleolí­ti­co : cazar, pes­car, ali­men­tarse de bayas y maris­co, dis­fru­tar del mun­do natu­ral y su sole­dad, desa­fiar la ley y el orden de los orto­doxos e inclu­so, lle­ga­do el caso, impro­vi­sar sus­ti­tu­tos bru­tales para estos últi­mos. La bel­le­za de esa vida libre seguía obse­sio­nan­do a Audu­bon en su senec­tud. [John James Audu­bon (1785–1851), via­je­ro, ornitó­lo­go y dibu­jante nor­tea­me­ri­ca­no. (N. del t.)]

En ningún lugar fue­ron más grandes estas contra­dic­ciones que en Nor­tea­mé­ri­ca. Los mis­mos colo­nos que habían que­bran­ta­do su jura­men­to de subor­di­na­ción a Ingla­ter­ra y jus­ti­fi­ca­do su acto en nombre de la liber­tad, la igual­dad y el dere­cho a la feli­ci­dad, man­tu­vie­ron la ins­ti­tu­ción de la escla­vi­tud y ejer­cie­ron una pre­sión mili­tar constante sobre los indios, apro­pián­dose de sus tier­ras mediante el uso sis­temá­ti­co de la esta­fa y la fuer­za, en un pro­ce­so ver­gon­zo­sa­mente des­cri­to como « adqui­si­ción » y ben­de­ci­do por tra­ta­dos que el gobier­no de los Esta­dos Uni­dos ha roto —y sigue rom­pien­do— a su antojo.

Pero una para­do­ja aún más trá­gi­ca iba a empañar el sueño del Nue­vo Mun­do y arrui­nar el inicio de esa vida bajo un nue­vo sol, pues aquel­las ele­va­das civi­li­za­ciones que ya esta­ban esta­ble­ci­das en Méxi­co, Amé­ri­ca Cen­tral y los Andes no eran nue­vas o pri­mi­ti­vas en ningún sen­ti­do, ni menos aún repre­sen­ta­ban ideales huma­nos más respe­tables que los que pro­ponían las cultu­ras del Vie­jo Mun­do. Los conquis­ta­dores de Méxi­co y Perú se encon­tra­ron con una pobla­ción nati­va orga­ni­za­da con tan­ta rigi­dez, y tan abso­lu­ta­mente pri­va­da de inicia­ti­va, que en Méxi­co, en cuan­to su rey Moc­te­zu­ma fue cap­tu­ra­do y no pudo seguir dan­do órdenes, ofre­cie­ron poca o nin­gu­na resis­ten­cia a los inva­sores. Es decir, aquí, en el « Nue­vo » mun­do, fun­cio­na­ba el mis­mo com­ple­jo ins­ti­tu­cio­nal que había ate­na­za­do a la civi­li­za­ción desde los orí­genes de Egip­to y Meso­po­ta­mia : escla­vi­tud, cas­tas, guer­ra, monar­quía divi­na e inclu­so sacri­fi­cios reli­gio­sos de víc­ti­mas huma­nas en altares ; a veces, como en el caso de los azte­cas, a una esca­la pavo­ro­sa. Polí­ti­ca­mente hablan­do, el impe­ria­lis­mo occi­den­tal llovía sobre moja­do [i.e. La civi­li­za­ción occi­den­tal arrasó con pue­blos civi­li­za­dos y no civi­li­za­dos (pue­blos y tri­bus diver­sas nóma­das), aquí se habla del encuen­tro entre civi­li­za­dos, de la asi­mi­la­ción, por la guer­ra, de una civi­li­za­ción (ej : Azte­ca, Inca, etc.) por otra (la occi­den­tal), una más des­truc­ti­va que la anterior…].

Como se vería más tarde, el ter­ri­to­rio des­co­no­ci­do en cuya explo­ra­ción fra­casó el hombre de Occi­dente fue el conti­nente oscu­ro de su pro­pia alma, ese autén­ti­co « corazón de las tinie­blas » que des­cri­bie­ra Joseph Conrad. Así, por influ­jo de la dis­tan­cia, se liberó de las conven­ciones del Vie­jo Mun­do, se deshi­zo de tabúes arcai­cos, de la sabi­duría tra­di­cio­nal y de las inhi­bi­ciones reli­gio­sas, y ani­quiló cual­quier atis­bo de humil­dad y amor al pró­ji­mo. Allá donde fue­ra el hombre occi­den­tal, le acom­paña­ban la escla­vi­tud, el expo­lio de tier­ras, la ausen­cia de ley, el etno­ci­dio y el puro exter­mi­nio tan­to de bes­tias como de hombres pací­fi­cos : pues la úni­ca fuer­za que respe­taría desde ese momen­to al lle­gar a un nue­vo ter­ri­to­rio —a saber, un ene­mi­go con fuer­za sufi­ciente para cau­sarle daño a él— no existía en toda la tier­ra. Un tes­ti­go contem­porá­neo cal­cu­la­ba que, media doce­na de años des­pués de la lle­ga­da de Colón, los españoles habían mata­do a mil­lón y medio de nativos.

En su Ensayo sobre la guer­ra, Emer­son hacía la elo­cuente obser­va­ción de que el famo­so Caven­dish, que en su día era consi­de­ra­do un buen cris­tia­no, le escribía así a lord Huns­don a su regre­so de un viaje alre­de­dor del mundo :

« Sept. 1588. Dios Todo­po­de­ro­so me ha conce­di­do la gra­cia de rodear el glo­bo del mun­do, cru­zan­do el estre­cho de Magal­lanes y regre­san­do por el cabo de Bue­na Espe­ran­za. En este viaje he des­cu­bier­to y reco­gi­do tes­ti­mo­nios de todas las regiones ricas del mun­do des­cu­bier­tas por cris­tia­nos. He nave­ga­do a lo lar­go de la cos­ta de Chile, Perú y Nue­va España, donde he cau­sa­do gran rui­na. Que­mé y hundí die­ci­nueve navios, grandes y pequeños. He incen­dia­do y devas­ta­do todas las aldeas y ciu­dades en que he desem­bar­ca­do. Y, si no nos hubie­ran avis­ta­do en la cos­ta, me habría apo­de­ra­do de grandes tesoros ».

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Explo­ra­dor Tho­mas Cavendish

Por cada com­pa­si­vo capitán Cook, que no juz­ga­ba sen­sa­to impo­ner a los nati­vos poli­ne­sios el sal­vaje códi­go penal britá­ni­co —«que en Ingla­ter­ra se cuelgue a los ladrones no me parecía una razón para eje­cu­tar­los en Ota­heite »—, había un sinfín de Vas­co de Gama, que ahorcó en el palo mayor a sangre fría a los pes­ca­dores del puer­to de las Indias Occi­den­tales que esta­ba visi­tan­do —inocentes a los que había invi­ta­do ama­ble­mente a subir a su nave— a fin de ater­ro­ri­zar a la pobla­ción que espe­ra­ba en la orilla.

Estas atro­ci­dades se conver­tirían en un estig­ma de los méto­dos del Nue­vo Mun­do, y se pro­lon­ga­ron a lo lar­go de los siglos jun­to con los tra­ba­jos for­za­dos y la escla­vi­tud pura y simple. El tra­to que recibían los nati­vos del Congo durante el rei­na­do de Leo­pol­do de Bél­gi­ca o los de Sudá­fri­ca bajo el de Ver­woerd y sus suce­sores son recor­da­to­rios fosi­li­za­dos de esta bru­ta­li­dad original.

Mediante la explo­ra­ción del Nue­vo Mun­do ganó ter­re­no no solo la escla­vi­tud sino tam­bién el geno­ci­dio. Una vez más, esta prác­ti­ca no era des­co­no­ci­da en Euro­pa, pues ya había sido uti­li­za­da con el bene­plá­ci­to de la Igle­sia contra los herejes albi­genses de Pro­ven­za en el siglo XIII, y ha segui­do sien­do recur­rente, sin sus­ci­tar nin­gu­na reac­ción moral qué estu­vie­ra a la altu­ra de los hechos, has­ta nues­tra épo­ca, como prue­ban la car­ni­cería de arme­nios en 1923 por parte de los tur­cos, la ham­bru­na de mil­lones de cam­pe­si­nos rusos entre 1931 y 1932 indu­ci­da deli­be­ra­da­mente por Sta­lin y las matan­zas de judíos y otras nacio­na­li­dades des­pre­cia­das en la Ale­ma­nia de los años cua­ren­ta, por no hablar de los ataques indis­cri­mi­na­dos contra pobla­ciones urba­nas en la Segun­da Guer­ra Mun­dial, inicia­das por los ale­manes en Var­so­via en 1939 y Rot­ter­dam en 1940, pero que imi­ta­ron con dili­gen­cia los dege­ne­ra­dos líderes de Gran Bre­taña y Esta­dos Uni­dos, en detri­men­to de las nor­mas de la guer­ra aceptadas.

Estas prác­ti­cas del Nue­vo Mun­do (la escla­vi­tud y el geno­ci­dio) for­ja­ron otro vín­cu­lo secre­to con la inhu­ma­na ani­mo­si­dad de la indus­tria mecá­ni­ca a par­tir del siglo XVI, cuan­do los obre­ros ya no recibían pro­tec­ción ni de las tra­di­ciones feu­dales ni de los gre­mios auto-gober­na­dos. La degra­da­ción a que se vie­ron some­ti­dos niños y mujeres tra­ba­jan­do en las « fábri­cas satá­ni­cas » y las minas de la Ingla­ter­ra de prin­ci­pios del XIX son un mero refle­jo de las que se impu­sie­ron durante la expan­sión ter­ri­to­rial del hombre de Occi­dente. En Tas­ma­nia, por ejem­plo, los colo­ni­za­dores britá­ni­cos orga­ni­za­ban « bati­das » por pla­cer para ase­si­nar a los nati­vos super­vi­vientes, que eran, según los estu­dio­sos, un pue­blo más pri­mi­ti­vo que los aborí­genes aus­tra­lia­nos y que debería haber sido pre­ser­va­do entre algo­dones en pro­ve­cho de los antropó­lo­gos veni­de­ros. Estas prác­ti­cas eran tan fre­cuentes, y tan tópi­co consi­de­rar a los indí­ge­nas como víc­ti­mas pre­des­ti­na­das, que inclu­so Emer­son, por lo gene­ral beni­gno y sen­sible, llegó a decir resi­gna­da­mente en un poe­ma tem­pra­no (1827): Los pieles rojas son pocos, ay, y son endebles. Son pocos, son endebles, y su sino es pasar.

Como conse­cuen­cia de ello, el nue­vo conquis­ta­dor no solo des­truía todas las cultu­ras que toca­ba, ya fue­ran « pri­mi­ti­vas » o avan­za­das, sino que tam­bién arre­ba­ta­ba a sus pro­pios des­cen­dientes los innu­me­rables dones de arte­sanía y arte, así como un pre­cio­so cono­ci­mien­to que se trans­mitía de pala­bra y desa­pa­recía jun­to a las len­guas mori­bun­das de pue­blos ago­ni­zantes. Con la extir­pa­ción de las cultu­ras ante­riores se pro­du­jo una gran pér­di­da de cono­ci­mien­tos médi­cos y botá­ni­cos, que consti­tuían muchos mile­nios de cui­da­do­sa obser­va­ción y expe­ri­men­ta­ción empí­ri­ca, cuyos extra­or­di­na­rios hal­laz­gos —como el anti­guo uso que hacían los indios de la rau­wol­fia ser­pen­ti­na como tran­qui­li­zante para las enfer­me­dades men­tales— aca­ba de empe­zar a apre­ciar, dema­sia­do tarde, la medi­ci­na moder­na. Durante casi cua­tro siglos las rique­zas cultu­rales de todo el pla­ne­ta yacie­ron a los pies del hombre occi­den­tal y, para su vergüen­za, y tam­bién para mayor indi­gen­cia suya, su prin­ci­pal preo­cu­pa­ción fue apro­piarse sólo del oro, la pla­ta y los dia­mantes, de la made­ra y el cue­ro, y de algu­nos ali­men­tos (maíz y pata­tas) que pudie­ran nutrir a una mayor can­ti­dad de población.

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Tuvie­ron que pasar años para que lle­ga­ran a exhi­birse en Euro­pa por su valor artís­ti­co obje­tos como los que pre­sentó Moc­te­zu­ma a Car­los I, o por lo menos para que se mos­tra­sen en los museos ame­ri­ca­nos de arte. Pero un Alber­to Dure­ro no albergó nin­gu­na duda cuan­do exa­minó aquel­la colec­ción españo­la : « Nun­ca […] he vis­to nada que infun­die­ra tan­ta cali­dez a mi corazón como la visión de estas cosas ». Quienes trans­for­ma­ron estas obras de arte en lin­gotes de oro no com­partían ni su visión ni su entusiasmo.

Por des­gra­cia, el euro­peo llevó la hos­ti­li­dad que mos­tra­ba hacia las cultu­ras nati­vas que iba encon­tran­do aún más lejos en sus rela­ciones con la tier­ra. Los inmen­sos espa­cios abier­tos del conti­nente ame­ri­ca­no, con todos sus recur­sos vír­genes o ape­nas uti­li­za­dos, se consi­de­ra­ron un desafío para su guer­ra sin cuar­tel de des­truc­ción y conquis­ta. Los bosques esta­ban allí para ser tala­dos ; las pra­de­ras, para ser ara­das ; los mar­jales, para ser lle­na­dos ; y la vida sal­vaje, para ser caza­da por pura diver­sión, aunque ni siquie­ra se uti­li­za­ra como ves­ti­du­ra o alimento.

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Tala de secuoya o secoya gigante [Sequoia­den­dron giganteum]

Con dema­sia­da fre­cuen­cia, en su acto de « conquis­tar la natu­ra­le­za » nues­tros ances­tros tra­ta­ron la tier­ra con el mis­mo des­pre­cio y bru­ta­li­dad que reser­va­ban para sus habi­tantes ori­gi­nales, erra­di­can­do impor­tantes espe­cies ani­males como el bisonte y la palo­ma migra­to­ria, hora­dan­do los sue­los en lugar de res­tau­rar­los anual­mente ; e inclu­so, todavía hoy, inva­dien­do las últi­mas zonas vír­genes, pre­cio­sas por el mero hecho de seguir sien­do vír­genes, hogar de la vida sal­vaje y de espí­ri­tus soli­ta­rios. En lugar de ello, las rodea­mos de auto­pis­tas de seis car­riles, gaso­li­ne­ras, parques de atrac­ciones y explo­ta­ciones made­re­ras, como en los bosques de secuoyas, o como en Yose­mite o el lago Tahoe ; aho­ra bien, estas regiones pri­mi­ge­nias, una vez pro­fa­na­das, nun­ca podrán ser ni recu­pe­ra­das ni sus­ti­tui­das plenamente.

No pre­ten­do enfa­ti­zar el lado nega­ti­vo de esta gran explo­ra­ción. Si puede pare­cer que lo hago, se debe a que tan­to los más anti­guos repre­sen­tantes román­ti­cos de una nue­va vida vivi­da de acuer­do con la Natu­ra­le­za como los expo­nentes más tardíos de otra vida dis­tin­ta en sin­tonía con la Máqui­na, des­deña­ron tan abru­ma­dores saqueos y pér­di­das, sedu­ci­dos o bien por la ilu­sión de que la abun­dan­cia ori­gi­nal era inago­table o bien por que las pér­di­das eran indi­fe­rentes, pues­to que el hombre moder­no, gra­cias a la cien­cia y a la inven­ti­va, no tar­daría en pro­du­cir un mun­do arti­fi­cial infi­ni­ta­mente más mara­villo­so que el que ofrecía la natu­ra­le­za […] es decir, una ilu­sión aún más bur­da. Ambas ideas han sido com­par­ti­das por gran parte de la pobla­ción de los Esta­dos Uni­dos, país en el que conver­gie­ron las dos fases del sueño del Nue­vo Mun­do ; y donde siguen sien­do predominantes.

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Con todo, las espe­ran­zas tan­tas veces expre­sa­das a lo lar­go del siglo XVI, y más tarde idea­li­za­das por el Roman­ti­cis­mo en el siglo XVIII, no carecían de una base : de hecho, en cier­to momen­to del siglo XIX, en los esta­dos del nor­deste, pare­cie­ron estar a pun­to de rea­li­zar un nue­vo tipo de per­so­na­li­dad y de comu­ni­dad que ofre­cie­ra sus dones a todos sus miem­bros : « a cada uno según sus nece­si­dades ; de cada uno según sus capacidades ».

El Nue­vo Mun­do, una vez que echa­ron raíces los habi­tantes lle­ga­dos de fue­ra, había cau­ti­va­do su ima­gi­na­ción. En toda su vas­te­dad, en su varie­dad ecoló­gi­ca, su gama de cli­mas y per­files fisio­grá­fi­cos, su exu­be­rante vida sal­vaje y su teso­ro acu­mu­la­do de plan­tas y árboles nutri­ti­vos, el Nue­vo Mun­do era una tier­ra de pro­mi­sión ; o, más bien, una tier­ra de muchas pro­me­sas tan­to para el cuer­po como para la mente. Se daba en él una rique­za natu­ral que pro­metía eli­mi­nar la anti­gua mal­di­ción de la escla­vi­tud y la pobre­za, aún antes de que la máqui­na ali­viase la car­ga del esfuer­zo pura­mente físi­co. Sus costas rebo­sa­ban de pes­ca ; y la caza era tan abun­dante que en las colo­nias fron­te­ri­zas se coti­za­ba más alto la carne de buey y de cer­do. Quienes se sentían como en casa en los espa­cios sal­vajes, como Audu­bon, nun­ca pasa­ron hambre, pese a la hipo­te­ca y las deu­das. La creen­cia de que una socie­dad mejor era posible azuzó a muchas comu­ni­dades de inmi­grantes, desde los jesuí­tas del Para­guay a los per­egri­nos de Mas­sa­chu­setts, y más tarde a los hute­ri­tas de Iowa. Así, casi has­ta el final del siglo XIX, el nombre secre­to del Nue­vo Mun­do fue Utopía.

John James Audubon

Durante cua­tro siglos, los líderes inte­lec­tuales de la nue­va explo­ra­ción son­dea­ron y saquea­ron todas y cada una de las regiones del glo­bo. Con el capitán Cook o Dar­win empren­die­ron viajes lar­gos y difí­ciles, hacien­do obser­va­ciones oceá­ni­cas o meteo­roló­gi­cas y sacan­do a la luz las innu­me­rables mara­villas de la zoo­logía mari­na ; con School­craft, Cat­lin y Lewis Mor­gan en Amé­ri­ca, o con Spen­cer y Gil­len en Aus­tra­lia, estu­dia­ron las cultu­ras indí­ge­nas y toma­ron tes­ti­mo­nios grá­fi­cos de ellas, aunque ya habían sufri­do un grave tras­tor­no por culpa de la intru­sión del hombre occi­den­tal ; con Layard desen­ter­ra­ron « Nínive », y con Ste­phens die­ron a cono­cer, mediante des­crip­ciones y dibu­jos, las pri­me­ras rui­nas mayas de impor­tan­cia ; y con Aurel Stein y Raphael Pum­pel­ly vol­vie­ron a ser cono­ci­das las remo­tas Tur­questán y Mon­go­lia inter­ior, cunas en su día de cultu­ras florecientes.

Aunque esta pri­me­ra explo­ra­ción fue apre­su­ra­da y for­zo­sa­mente super­fi­cial, des­tapó for­mas de vida que se remon­ta­ban has­ta un pasa­do leja­no, y arro­ja­ban luz sobre ciu­dades olvi­da­das y monu­men­tos des­deña­dos, reve­lan­do la amplia varie­dad de len­guajes y dia­lec­tos, que lle­ga­ban a cien­tos inclu­so en pequeñas regiones como Nue­va Gui­nea, así como los mitos, leyen­das, for­mas de arte plás­ti­co y grá­fi­co, sis­te­mas de nota­ción, rituales, leyes, inter­pre­ta­ciones cós­mi­cas y creen­cias reli­gio­sas de la huma­ni­dad. De este modo, durante aquel­los siglos en que los agentes de la uni­for­mi­dad mecá­ni­ca mane­ja­ron con mano de hier­ro las palan­cas de man­do, redu­cien­do o disol­vien­do la varie­dad natu­ral en pro de la velo­ci­dad, el poder y el bene­fi­cio econó­mi­co, estos otros explo­ra­dores se des­pla­za­ron en un sen­ti­do opues­to, y reve­la­ron por vez pri­me­ra la inmen­sa varie­dad cultu­ral del hombre : el rico abo­no de la his­to­ria huma­na, casi com­pa­rable a la abun­dan­cia y varie­dad ori­gi­nales de la naturaleza.

Awá-guajá, un niño del pueblo Awá con una cría de mono aullador negro, Brasil. (Imagen de Survival)
Awá-gua­já, un niño del pue­blo de caza­dores-reco­lec­tores « Awá » con una cría de mono aul­la­dor negro, Bra­sil. (Ima­gen de Survival)

Como conse­cuen­cia ines­pe­ra­da, casi por acci­dente, esta explo­ra­ción mun­dial en el espa­cio se vio com­ple­men­ta­da por una explo­ra­ción en el tiem­po con un valor histó­ri­co equi­va­lente : lo que Jacob Burck­hardt, his­to­ria­dor dota­do de genio, cali­ficó engaño­sa­mente de « Rena­ci­mien­to ». La recons­truc­ción de la Antigüe­dad, tan­to grie­ga como roma­na, a par­tir de los docu­men­tos y monu­men­tos que habían sobre­vi­vi­do fue un simple inci­dente den­tro de una inda­ga­ción mucho más amplia del pasa­do huma­no. Así como la explo­ra­ción geo­grá­fi­ca deshacía las ata­du­ras espa­ciales para aden­trarse en un ter­ri­to­rio y una cultu­ra nue­vos, estas nue­vas explo­ra­ciones tem­po­rales hacían lo pro­pio para acer­carse al pre­sente inme­dia­to : por vez pri­me­ra, la mente huma­na empezó a des­pla­zarse con liber­tad por el pasa­do y el futu­ro, selec­cio­nan­do y esco­gien­do, anti­cipán­dose y proyec­tan­do, eman­ci­pa­da de la pre­sen­cia tedio­sa de un omni­pre­sente aquí y aho­ra. Gra­cias a la his­to­ria natu­ral y cultu­ral, el hombre occi­den­tal des­cu­brió muchos aspec­tos signi­fi­ca­ti­vos de su natu­ra­le­za que has­ta ese momen­to habían sido deja­dos de lado en el ámbi­to de la inves­ti­ga­ción cientí­fi­ca cuan­ti­ta­ti­va. Si la actual gene­ra­ción ha per­di­do ya la concien­cia de esta libe­ra­ción, se debe a que la cien­cia del siglo XVII encerró dema­sia­do tem­pra­no a la mente en una ideo­logía que nega­ba la rea­li­dad de la auto­for­ma­ción bioló­gi­ca y la crea­ti­vi­dad histórica.

Aunque otras cultu­ras —como los sume­rios, los mayas y los indios— aso­cia­ban el des­ti­no huma­no con lar­gos per­io­dos de tiem­po abs­trac­to en sus res­pec­ti­vos calen­da­rios, la contri­bu­ción esen­cial del Rena­ci­mien­to fue poner en contac­to el lega­do acu­mu­la­do de la his­to­ria con una varie­dad de logros cultu­rales que influirían en las gene­ra­ciones suce­si­vas. Durante su labor de exhu­ma­ción de esta­tuas, monu­men­tos, edi­fi­cios y ciu­dades, mediante la lec­tu­ra de libros e ins­crip­ciones de antaño, y en sus viajes a mun­dos de ideas aban­do­na­dos desde tiem­po atrás, los nue­vos explo­ra­dores del pasa­do se die­ron cuen­ta del poten­cial de su pro­pia existencia.

Estos pio­ne­ros de la mente inven­ta­ron una máqui­na del tiem­po aún más asom­bro­sa que el arti­lu­gio de H. G. Wells.
En un momen­to en que la ima­gen del nue­vo mun­do mecá­ni­co no deja­ba lugar al « tiem­po » sal­vo como una fun­ción del movi­mien­to en el espa­cio, el tiem­po histó­ri­co —la dura­ción, en el sen­ti­do de Hen­ri Berg­son, que incluye la per­sis­ten­cia mediante la copia, la imi­ta­ción y la memo­ria— empezó a desem­peñar un papel consciente en las elec­ciones coti­dia­nas. Si el pre­sente vivo podía trans­for­marse de una for­ma visible, o por lo menos modi­fi­carse desde una estruc­tu­ra góti­ca a otra clá­si­ca más rígi­da, el futu­ro tam­bién podría ser remo­de­la­do. El tiem­po histó­ri­co podría colo­ni­zarse y culti­varse, y la pro­pia cultu­ra huma­na se conver­tiría en un arte­fac­to colec­ti­vo. Las cien­cias se bene­fi­cia­ron efec­ti­va­mente de esta res­tau­ra­ción de la his­to­ria, gra­cias al impul­so que pro­pi­cia­ron Tales, Demó­cri­to, Arquí­medes y Herón de Alejandría.

El tiempo

Parecía que, por pri­me­ra vez, el futu­ro, por muy ines­cru­table que se pre­sen­tase, era más atrac­ti­vo que el pasa­do, a medi­da que lo expe­ri­men­tal y lo nove­do­so se imponían sobre lo pro­ba­do y lo tra­di­cio­nal. Has­ta un monje como Cam­pa­nel­la, en el corazón de la Igle­sia, lle­garía a expre­sar este nue­vo sen­ti­do de per­fec­ción en una car­ta a Gali­leo : « La ori­gi­na­li­dad de las vie­jas ver­dades, de los nue­vos mun­dos, los nue­vos sis­te­mas y las nue­vas naciones consti­tuye el comien­zo de una nue­va era ».

La fan­tasía de un « Nue­vo Mun­do », que iba a adueñarse del hombre occi­den­tal de tan múl­tiples mane­ras a par­tir del siglo XV, era, pues, un inten­to de esca­par del tiem­po y de sus efec­tos acu­mu­la­ti­vos (la tra­di­ción y la his­to­ria) cam­bián­do­lo por el espa­cio no ocu­pa­do. Este ensayo adoptó muchas for­mas : una, reli­gio­sa, mediante la rup­tu­ra con la Igle­sia esta­ble­ci­da y sus orto­doxias ; otra, utó­pi­ca, fun­dan­do comu­ni­dades nue­vas ; otra más, aven­tu­re­ra, con la conquis­ta de nue­vas tier­ras ; una cuar­ta, mecá­ni­ca, con la sus­ti­tu­ción de orga­nis­mos por máqui­nas y la trans­for­ma­ción de los cam­bios orgá­ni­cos, en los que el tiem­po deja un ras­tro per­ma­nente, por los cam­bios físi­cos, en los que el tiem­po existe solo como des­gaste ; y, por últi­mo, el « Nue­vo Mun­do » asu­mió una for­ma revo­lu­cio­na­ria : un inten­to de alte­rar las tra­di­ciones y los hábi­tos de una gran pobla­ción, en la cual todas estas vías de escape se com­bi­na­ban más o menos en un úni­co sis­te­ma : los nue­vos cie­lo y tier­ra que nacerían a la exis­ten­cia una vez que se extin­guie­ran la monar­quía, el feu­da­lis­mo, el apa­ra­to ecle­siás­ti­co y el capitalismo.

Esta ten­ta­ti­va de un nue­vo comien­zo se asen­ta­ba en el sen­ti­mien­to legí­ti­mo de que a lo lar­go del desar­rol­lo huma­no algo se había tor­ci­do en diver­sas oca­siones. En lugar de acep­tar este hecho como un defec­to inna­to e inexo­rable cuyo nombre teoló­gi­co había sido el de peca­do ori­gi­nal, y en vez de some­terse a él como un desi­gnio fatal de los dioses, el hombre occi­den­tal, a medi­da que crecía su confian­za en sí mis­mo, qui­so hacer borrón y cuen­ta nue­va. Y allí está el error, pues para ven­cer al tiem­po, para poder comen­zar de cero, le era impe­ra­ti­vo no huir de su pasa­do sino enfren­tarse a él, y revi­vir lite­ral­mente sus pro­pios hitos traumá­ti­cos. Mien­tras todas las gene­ra­ciones no pasen conscien­te­mente por este trá­mite, exa­mi­nan­do sus vie­jas tra­di­ciones a la luz de la nue­va expe­rien­cia, eva­luan­do y selec­cio­nan­do cada parte de su pro­pio lega­do, el hombre no podrá inten­tar nue­vos comien­zos. Una mente tras otra han tra­ta­do de culmi­nar ese esfuer­zo, pero lo han aban­do­na­do dema­sia­do tem­pra­no. Así que todavía hoy es una tarea urgente.

“A resul­tas de esto, los maes­tros del gre­mio cientí­fi­co, con sus múl­tiples imi­ta­dores y discí­pu­los, poseen en la actua­li­dad una influen­cia y un poder mayores que los de cual­quier otra cas­ta sacer­do­tal del pasa­do” (Mum­ford, 2011 : 120).

“Así, todo un conjun­to de abs­trac­ciones metafí­si­cas puso los cimien­tos para una civi­li­za­ción tec­noló­gi­ca en la que la máqui­na, en el más reciente de sus múl­tiples ava­tares, aca­baría convir­tién­dose en el ‘poder supre­mo’, un obje­to de ado­ra­ción y plei­tesía” (Mum­ford, 2011 : 116).

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Edición ; Santiago Perales.
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