Cómo la agricultura neolítica sembró las semillas de la iniquidad moderna hace 10.000 años (por James Suzman)

Nota del tra­duc­tor : El siguiente tex­to, escri­to por James Suz­man, fue ori­gi­nal­mente publi­ca­do en ingles por el sitio The Guar­dian, el 5 de diciembre del 2017. James Suz­man es un antropó­lo­go britá­ni­co que ha pasa­do tiem­po en Áfri­ca con dife­rentes tri­bus de caza­dores-reco­lec­tores. Su ulti­mo libro, inti­tu­la­do Affluence Without Abun­dance : The Disap­pea­ring World of the Bush­men (Afluen­cia sin abun­dan­cia : el mun­do en vías de desa­pa­ri­ción de los bos­qui­ma­nos), fue publi­ca­do en julio del 2017. Si bien este ofrece una pers­pec­ti­va rela­ti­va­mente inter­esante tan­to en su libro como en sus artí­cu­los, James Suz­man no pro­pone, o pro­pone de for­ma esca­sa, cri­ti­cas per­ti­nentes al capi­ta­lis­mo, a la civi­li­za­ción indus­trial, a la ava­lan­cha tec­noló­gi­ca, etc. ¿Esto quizás podría estar liga­do al hecho que haya tra­ba­ja­do para el conglo­me­ra­do de dia­mantes en Áfri­ca del Sur De Beers (res­pon­sable de varias extrac­ciones en des­me­dro de algu­nas pobla­ciones afri­ca­nas) ? Sea lo que fuere, aquí esta la tra­duc­ción de su sus­tan­cial texto :

***

El cam­bio pre­histó­ri­co hacia la agri­cul­tu­ra comenzó nues­tra preo­cu­pa­ción con la jerar­quía y el cre­ci­mien­to econó­mi­co – e inclu­so cam­bió la for­ma en como per­ci­bi­mos el paso del tiempo.

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Pin­tu­ras rupestres de Tas­si­li de Maghi­det, Libia.

La mayoría de la gente consi­de­ra a la jerar­quía en las socie­dades huma­nas como algo ineluc­table, como parte natu­ral de quienes somos. Sin embar­go esta creen­cia contra­dice todo lo que sabe­mos sobre los 200.000 años de exis­ten­cia del Homo sapiens [recientes hal­laz­gos arqueoló­gi­cos en Yebel Irhoud, Mar­rue­cos, mues­tran que el Homo sapiens ya existía hace al menos 300.000 años, NdT].

En efec­to, nues­tros ances­tros han sido en su gran mayoría « feroz­mente equi­ta­ti­vos » , into­le­rantes a toda for­ma de ini­qui­dad. Mien­tras los caza­dores-reco­lec­tores acep­ta­ban que la gente tuvie­ra capa­ci­dades, habi­li­dades y cua­li­dades dife­rentes, recha­za­ban tajan­te­mente las ten­ta­ti­vas que apun­ta­ban a ins­ti­tu­cio­na­li­zar­los de for­ma jerárquica.

¿Qué fue lo que se pro­du­jo que causó un pro­fun­do cam­bio en la psi­quis huma­na ale­ján­do­la de la equi­dad ? ¿Qué fue lo que pro­pi­ció este aban­do­no de la equi­dad ? El balance en los estu­dios arqueoló­gi­cos, antro­poló­gi­cos y geno­mi­cos sugie­ren que la respues­ta yace en la revo­lu­ción agrí­co­la que comenzó aproxi­ma­da­mente hace 10.000 años.

La extra­or­di­na­ria pro­duc­ti­vi­dad de las téc­ni­cas agrí­co­las moder­nas disi­mu­la cuan pre­ca­ria era la vida para la mayoría de los agri­cul­tores desde el comien­zo de la revo­lu­ción neolí­ti­ca has­ta comien­zos de este siglo (para los  agri­cul­tores de sub­sis­ten­cia de los países más pobres del mun­do). Tan­to los caza­dores-reco­lec­tores como los pri­me­ros agri­cul­tores eran sus­cep­tibles de cono­cer cor­tas penu­rias ali­men­ta­rias y expe­ri­men­ta­ban oca­sio­nal­mente hambre – pero eran las comu­ni­dades agra­rias las que esta­ban más pro­pen­sas a sufrir seve­ras, recur­rentes y catas­tró­fi­cas hambrunas.

Cazar y reco­lec­tar consti­tuía un esti­lo de vida a bajo ries­go. Los caza­dores reco­lec­tores Ju/’hoansi de Nami­bia  tra­di­cio­nal­mente se ali­men­ta­ban de 125 espe­cies dife­rentes de plan­tas comes­tibles, cada una de las cuales tenia su ciclo esta­cio­nal lige­ra­mente dife­rente, que varia­ba en fun­ción de las dife­rentes condi­ciones climá­ti­cas, y ocu­pan­do un nicho ecoló­gi­co espe­ci­fi­co. Cuan­do el cli­ma no era favo­rable para un gru­po de espe­cies, lo era pro­ba­ble­mente para otro, redu­cien­do consi­de­ra­ble­mente el ries­go de hambruna.

Como resul­ta­do, los caza­dores-reco­lec­tores consi­de­ra­ban sus entor­nos como eter­na­mente pro­vi­sores, y solo tra­ba­ja­ban para satis­fa­cer sus nece­si­dades inme­dia­tas. Nun­ca bus­ca­ban crear exce­dentes ni sobre-explo­tar ningún recur­so clave. La confian­za en la sos­te­ni­bi­li­dad de sus entor­nos era inquebrantable.

Los caza­dores-reco­lec­tores Ju/’hoansi han vivi­do en Afri­ca del Sur por cien­tos de miles de años (Foto­grafía : James Suzman)

Al contra­rio, los agri­cul­tores del neolí­ti­co asu­mie­ron la com­ple­ta res­pon­sa­bi­li­dad de « hacer » de su entor­no un entor­no pro­vi­sor. Ellos dependían de un puña­do de plan­tas culti­vables alta­mente sen­sibles y de un puña­do de espe­cies ani­males de gana­do, lo que signi­fi­ca­ba que a la menor ano­malía esta­cio­nal, tal como una sequía o la enfer­me­dad del gana­do, podía cau­sar el caos.

Y de hecho, la expan­sión de la agri­cul­tu­ra a tra­vés del mun­do estu­vo mar­ca­da por catas­tró­fi­cos colap­sos sociales. La inves­ti­ga­ción geno­mi­ca en la his­to­ria de las pobla­ciones Euro­peas pone de mani­fies­to una serie de declives abrup­tos que coin­ci­den pri­me­ro con la expan­sión neolí­ti­ca tra­vés de Euro­pa aproxi­ma­da­mente hace 7.500 años, des­pués con su lle­ga­da a Euro­pa del Noroeste hace 6.000 años.

No obs­tante, cuan­do las estrel­las se ali­nea­ban – cuan­do el cli­ma era favo­rable, las enfer­me­dades eran mode­ra­das, se dis­ponía de un sue­lo con los nutrientes sufi­cientes – la agri­cul­tu­ra era mucho más pro­duc­ti­va que la caza y la reco­lec­ción. Esto per­mitía a las pobla­ciones agrí­co­las de cre­cer mucho más rápi­do que las comu­ni­dades de caza­dores-reco­lec­tores, y de man­te­ner las nece­si­dades de estas pobla­ciones en cre­ci­mien­to sobre super­fi­cies reducidas.

Pero los prós­pe­ros agri­cul­tores del neolí­ti­co aun se encon­tra­ban ator­men­ta­dos por mie­dos, mie­dos a las sequías, a las pla­gas, las enfer­me­dades, las hela­das y a la ham­bru­na. Con el tiem­po, este pro­fun­do cam­bio en la for­ma en que las socie­dades veían a la caren­cia tam­bién indu­jo mie­dos a las reda­das, las guer­ras, los extra­n­je­ros – y even­tual­mente, a los impues­tos y a los tiranos.

Los Ju/’hoansi de Nami­bia tra­di­cio­nal­mente se ali­men­ta­ban de 125 espe­cies dife­rentes de plan­tas comes­tibles. (Foto­grafía : James Suzman)

No es que los pri­me­ros agri­cul­tores se sin­tie­ran impo­tentes. Si hacían bien las cosas, podían mini­mi­zar los ries­gos que ali­men­ta­ban a sus mie­dos. Esto impli­ca­ba agra­dar y com­pla­cer a dioses capri­cho­sos en sus vidas coti­dia­nas – pero por enci­ma de todo, esto colocó una impor­tan­cia espe­cial en el tra­ba­jo duro y en la crea­ción de excedentes.

Mien­tras que los caza­dores-reco­lec­tores se veían a sí mis­mos sim­ple­mente como parte de un entor­no intrín­se­ca­mente pro­duc­ti­vo (gene­ro­so), los agri­cul­tores mira­ban a su entor­no como algo a ser mani­pu­la­do, domes­ti­ca­do y contro­la­do. Pero, como cual­quier agri­cul­tor lo dirá, some­ter a un entor­no natu­ral requiere de mucho tra­ba­jo. La pro­duc­ti­vi­dad de una par­ce­la es direc­ta­mente pro­por­cio­nal a la can­ti­dad de energía implementada.

Este prin­ci­pio según el cual el tra­ba­jar duro consti­tuye una vir­tud, y su coro­la­rio, que la rique­za indi­vi­dual refle­ja el meri­to, es quizás el más obvio de los múl­tiples lega­dos sociales, econó­mi­cos y cultu­rales de la revo­lu­ción agrícola.

De la agricultura a la guerra

La acep­ta­ción de la idea del lazo nece­sa­rio entre el tra­ba­jo duro y la pros­pe­ri­dad juga­ron un pro­fun­do papel en la restruc­tu­ra­ción del des­ti­no de la huma­ni­dad. En par­ti­cu­lar, la habi­li­dad tan­to de gene­rar como de contro­lar la dis­tri­bu­ción de exce­dentes, se convir­tió en la clave hacia el poder y la influen­cia. Esto sentó las bases de todas los ele­men­tos cen­trales de nues­tra eco­nomía contem­porá­nea, y cimentó nues­tra preo­cu­pa­ción res­pec­to al cre­ci­mien­to, la pro­duc­ti­vi­dad y el comercio.

Los exce­dentes constantes per­mi­tie­ron un gra­do mucho mayor en la dife­ren­cia­ción de roles en el seno de las socie­dades agrí­co­las, crean­do espa­cios para roles menos inme­dia­ta­mente pro­duc­ti­vos. Inicial­mente estos estu­vie­ron en rela­ción a la agri­cul­tu­ra (fabri­cantes de her­ra­mien­tas, construc­tores y car­ni­ce­ros), pero con el paso del tiem­po, nue­vos roles emer­gie­ron : sacer­dotes para rezar por llu­vias abun­dantes ; guer­re­ros para pro­te­ger a los agri­cul­tores de los ani­males sal­vajes y los rivales ; polí­ti­cos para trans­for­mar el poder econó­mi­co en capi­tal social.

Un reciente estu­dio que ana­li­za la ini­qui­dad en las pri­me­ras socie­dades del Neolí­ti­co confirmó lo que ya sabían los antro­po­logías del siglo 20, sobre la base de estu­dios com­pa­ra­ti­vos de las socie­dades agrí­co­las : que mien­tras más grandes son los exce­dentes pro­du­ci­dos por una socie­dad, más grandes son los niveles de ini­qui­dad en dicha socie­dad [la pro­duc­ción de exce­dente es pro­por­cio­nal a la ini­qui­dad, NdT] 

Este nue­vo estu­dio tra­za las tal­las rela­ti­vas de las casas de las per­so­nas en 63 socie­dades neolí­ti­cas entre los años 9000 AEC (Antes de la Era Común) y 1500 EC (Era Común). En él se mues­tra la cla­ra cor­re­la­ción entre los niveles de ini­qui­dad mate­rial – en rela­ción a la tal­la de los hogares de las pobla­ciones en cada comu­ni­dad – y la uti­li­za­ción de los ani­males de car­ga, los cuales per­mitían a la gente de inver­tir una can­ti­dad mucho mayor de energía en sus campos.

Por supues­to, inclu­so los más esfor­za­dos de los pri­me­ros agri­cul­tores del neolí­ti­co apren­die­ron, a su cos­to, que la mis­ma par­ce­la no podía seguir pro­du­cien­do cose­chas abun­dante año tras año. La misión de los agri­cul­tores de man­te­ner las nece­si­dades de pobla­ciones cada vez más grandes puso en mar­cha un ciclo de expan­sión geo­grá­fi­ca por medio de la conquis­ta y la guerra.

Los Ju/’huansis, que una vez dependían exclu­si­va­mente de la caza y la reco­lec­ción, se valen cada vez más de la agri­cul­tu­ra de sub­sis­ten­cia (Foto : James Suzman)

Gra­cias a los estu­dios de las inter­ac­ciones obser­va­das entre los caza­dores-reco­lec­tores del siglo 20, tales como los Ju/’hoansi y sus veci­nos agri­cul­tores en Áfri­ca, India, las Amé­ri­cas y el Sudeste de Asia, aho­ra sabe­mos que la agri­cul­tu­ra se pro­pagó por Euro­pa a tra­vés de la agre­si­va expan­sión de las pobla­ciones agrí­co­las, en detri­men­to de las pobla­ciones esta­ble­ci­das de cazadores-recolectores.

La revo­lu­ción agrí­co­la tam­bién trans­formó la for­ma de pen­sar de los huma­nos acer­ca del tiem­po. Las semillas son plan­ta­das en pri­ma­ve­ra para ser cose­cha­das en otoño ; los cam­pos son deja­dos sin culti­var para que pue­dan ser pro­duc­ti­vos al año siguiente. De esta for­ma, las socie­dades basa­das en la agri­cul­tu­ra crea­ron eco­nomías fun­da­das en la espe­ran­za y la aspi­ra­ción, en la que nos foca­li­za­mos inexo­ra­ble­mente en el futu­ro, y donde los fru­tos de nues­tro tra­ba­jo son diso­cia­dos (apla­za­dos) del tra­ba­jo en sí mis­mo y son dife­ri­dos [la caza y la reco­lec­ción son acti­vi­dades a « retor­no inme­dia­to », se caza, se reco­lec­ta y se puede comer inme­dia­ta­mente, la agri­cul­tu­ra, al contra­rio, es una acti­vi­dad a « retor­no dife­ri­do », NdT].

Pero no es solo nues­tro tra­ba­jo-empleo el que está orien­ta­do hacia el futu­ro : la mayor parte de la vida moder­na es una imbri­ca­ción de obje­ti­vos sociales y de expec­ta­ti­vas a menu­do impo­sibles que lo mode­lan todo, desde nues­tras vidas has­ta nues­tra salud. Los caza­dores-reco­lec­tores, en contraste, solo tra­ba­ja­ban para satis­fa­cer sus nece­si­dades inme­dia­tas ; no se man­tenían cau­ti­vos ni de futu­ras aspi­ra­ciones, ni pre­tendían a pri­vi­le­gios sobre la base de sus logros pasados.

Enten­der como la revo­lu­ción agrí­co­la trans­formó a las socie­dades huma­nas fue una vez solo una cues­tión de curio­si­dad inte­lec­tual. Hoy, sin embar­go, esta cues­tión ha adop­ta­do un aspec­to más prac­ti­co y urgente. Muchos de los desafíos crea­dos por la revo­lu­ción agrí­co­la, tales como los pro­ble­mas de esca­sez, han sido resuel­tos en gran medi­da por la tec­no­logía [tem­po­ral­mente, a expen­sas del desastre ecoló­gi­co y social que cono­ce­mos, que es a todas luces alta­mente insos­te­nible e inviable, NdT] – no obs­tante nues­tra preo­cu­pa­ción res­pec­to al tra­ba­jo duro y el desen­fre­na­do cre­ci­mien­to econó­mi­co per­ma­nece intac­ta. Tal y como los eco­no­mis­tas ecó­lo­gos nos lo recuer­dan, esta obse­sión ame­na­za con cani­ba­li­zar nues­tro futu­ro — y el de muchas otras especies.

Por eso, es impor­tante reco­no­cer que nues­tros actuales mode­los sociales y econó­mi­cos no son una ineluc­table conse­cuen­cia de la natu­ra­le­za huma­na, sino un pro­duc­to de nues­tra his­to­ria (reciente). Cono­cer esto podría libe­rar­nos, per­mi­tir­nos de ser más ima­gi­na­ti­vos en la for­ma en la que nos rela­cio­na­mos con  nues­tros entor­nos y con unos a otros. Habien­do pasa­do el 95% de la his­to­ria del Homo sapiens cazan­do y reco­lec­tan­do ; existe segu­ra­mente un poco [sic] de la psi­quis del caza­dor-reco­lec­tor en todos nosotros.

 

James Suz­man


Tra­duc­ción-Edi­ción : San­tia­go Perales

Cola­bo­ra­ción en tra­duc­ción : Kas­san­dra M. Perales

 

 

  • Para ir más lejos :

https://partage-le.com/2016/08/el-unico-mundo-que-tenemos-por-paul-shepard/

 

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